Estábamos a tres días del primer enfrentamiento contra Harold. Tenía los nervios de punta y las emociones al cien.
No sabía qué nos esperaba, pero la sola idea de que existiera la posibilidad de que se acercara a mi hija después de habernos abandonado a nuestra suerte hacía que la sangre me hirviera de pura rabia.
—Señora Carter, lamento molestarla —dijo Monic con cautela desde la puerta.
—¿Qué pasa, Monic?
—Afuera hay una señora que solicita verla.
—¿De quién se trata?
—Se presentó como Elena.
Conocía perfectamente ese nombre.
Jamás pensé que tendría el valor de aparecer, no después de haberse marchado junto a su hijo, dejándonos solas.
—Dame dos minutos y luego hazla pasar.
—Sí, señora.
Suspiré cuando Monic salió. Me levanté tomando aire con fuerza, necesitaba valor. No podía permitir que me viera afectada. La puerta se abrió, y entonces la vi: con sus aires de grandeza, llena de ego, y ese rostro altivo que siempre usaba como escudo.
—A decir verdad, pensé que te negarías a recibir