Constanza
Los vuelos en primera clase ya no son algo que me impresione demasiado, luego de haber estado en ellos con muchos de mis mejores clientes, pero las atenciones de Damon durante el viaje sí me parecieron de lo mejor. Él no tiene ojos para otra mujer que no sea yo, y su conversación no me resulta desagradable.
Damon, aunque no sea un hombre maduro y viva pendiente de las redes sociales, es culto, educado y tiene una inteligencia superior al promedio.
Darle lo que quiere no es nada difícil.
—¿Te sientes cansada, mi vida? —me pregunta cuando aterrizamos—. Te veo un poco…
—Sí, un poco —admito, bostezando—. Creo que en cuanto lleguemos al hotel quedaré frita.
—No te preocupes, mi amor, te voy a consentir mucho.
—¿Todavía más? —pregunto con tono sarcástico, y él se ríe.
—Es mi actividad favorita —responde contento—. Solo quiero que estés feliz, cariño.
—Y yo —suspiro, acariciando su rostro—. Solo quiero estar a tu altura. Tengo claro que seguiré a tu lado, aunque ellos no me quieran