Constanza
—¿De nuevo volviste a seguirnos? —me burlo—. No pensé que el mismísimo presidente de la nación tuviera tanto tiempo libre.
—No lo tengo, pero alguien me saca de mis malditas casillas una y otra vez.
—¿Sí? ¿Y ese alguien soy yo?
—No —afirma sonriendo—. Es ese maldito infeliz que no se despega de ti. ¿Qué fue lo que le diste, Constanza?
—Al parecer, lo mismo que a ti —respondo con una sonrisa cínica que borra la suya.
—¿Entonces le diste esto?
Doy un respingo al sentir la presión de su dedo en mi «puerta de atrás». Aunque he experimentado muchas cosas, nunca he sido capaz de entregarle eso a ningún otro hombre.
—¿Qué tiene de especial? —me burlo—. Así como lo tomaste tú, pude…
—No, mi sobrino ni ningún otro hombre ha estado aquí —responde con voz grave mientras me masajea la zona—. Jamás has dejado que nadie entre aquí.
—No tienes manera de comprobarlo —replico, despreocupada—. Te vas a tener que quedar con la…
Cillian se arrodilla, y pronto su lengua explora aquel lugar prohib