Constanza
—¡Llegaste, mi amor! —exclamo al verlo en el pasillo.
—Mi vida —dice con una sonrisa mientras me alza en brazos—. ¿Cómo te fue hoy? ¿Comiste bien?
—Sí, me sirvieron un almuerzo delicioso —asiento—. Gracias por mandar a que me cocinaran.
—No es nada, mi amor. Me preocupaba que me esperaras. Te conozco y eres muy capaz de hacer eso.
—Es que me encanta comer contigo —respondo con dulzura—. Pero no pude resistirme, perdón.
—No te preocupes, yo también almorcé con mi tío antes de ir al doctor.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué le dijeron? ¿Cuánto le queda de vida? —susurro divertida, y él se ríe.
—Pues poca si no se cuida —bufa—. Pensé que ser presidente lo tenía así, pero parece que no. Según el doctor, algo más lo está afectando.
—Debe de ser su esposa —replico, fingiendo desinterés—. Cualquiera estaría enfermo con una mujer así al lado.
—¿Te trató mal de nuevo, mi vida? —pregunta con preocupación.
—Vino a verme, sí. No fue exactamente grosera, pero parecía querer marcar su territorio.
—¿Marcar