La cena transcurre en un silencio tenso.
Jazmín e Imran apenas cruzaban miradas, pero cada vez que lo hacían, un cosquilleo eléctrico recorría sus cuerpos. La imagen de lo sucedido en la ducha aún ardía en sus mentes, y aunque ninguno de los dos quería admitirlo, la incomodidad estaba más cargada de deseo reprimido que de vergüenza.
—Pásame la sal por favor—dice Imran con voz ronca.
Jazmín alarga la mano, evitando cualquier contacto visual. En su intento de mantener la compostura, golpea sin querer la copa de agua que estaba junto al plato de Imran, empapando su pantalón.
—¡Ay, lo siento! —exclama ella, llevándose las manos a la boca.
Imran suspira y se seca un poco con la servilleta de tela, mientras nota que Jazmín solo mira su camisa blanca que se le pega al torso. Jazmín tragó saliva, desviando la mirada, pero su cara ya estaba roja como un tomate.
—No te preocupes, los accidentes pasan—responde él, aunque su voz tenía un tono más grave de lo usual.
Cenaron lo más rápido que pudie