2 - Oh señor! tengo mis dudas

Me senté frente al volante, abroché el cinturón de seguridad y respiré profundo antes de girar la llave para encender el motor. Cuando lo hice se encendió el estéreo con música electrónica, o eso me pareció, porque no podía clasificarla en otro género.

— Tengo que vomitar. — avisó, y abrió la puerta para volver a vomitar.

Suspiré, aferrada al volante como si fuera un paracaídas y yo estuviera a diez mil pies de altura.

Vomitó poco contenido que estalló en las piedrecitas del camino. Cerró la puerta con demasiada suavidad, o mejor dicho: debilidad, y acomodó el asiento del auto mucho menos vertical. La computadora de abordo indicaba que la puerta estaba abierta, así que me bajé del auto y cerré la puerta con fuerza. Antes de volver a entrar miré hacia todos lados, buscando ayuda, pero no había nadie y me vi obligada a volver a entrar al auto y suspirar mis miedos. 

La computadora ahora avisaba que no estaban abrochados los cinturones, así que me incliné sobre mi moribundo copiloto y le crucé el cinturón por el cuerpo que olía a sudor y a vómito. 

Todavía no tenía registro de conducir, pero sabía que había pocos controles en esa zona. Conduje con mucho cuidado hasta sentirme menos tensa, casi a mitad de camino. No podía despegar la vista de la calle, pero en los semáforos me giraba a mirarlo, ni siquiera sabía su nombre. Se veía tierno. Dormía, o al menos tenía los ojos cerrados, las luces blancas de la ciudad le daban un aspecto marmóreo. Noté que tenía un septum plateado que reflejaba las luces de las luminarias, en la oscuridad no lo había notado. 

Seguí conduciendo, más relajada con la potente bestia que era ese auto que parecía pedir a gritos que aumentara la velocidad, pero no iba a hacerlo, mucho menos cuando una suave llovizna comenzó a salpicar el parabrisas.

— Soy una abuelita. — dije en voz alta y mi copiloto soltó una risita. Estaba despierto. Balbuceó algo incomprensible y lo miré. Me miraba, o por lo menos tenía los ojos abiertos. Volvió a cerrar los ojos y yo volví la vista al camino. 

Seguí las indicaciones del gps y me detuve en la que debía ser su casa, sólo se veía un enorme portón negro corredizo.

—  ¿Llegamos?  — pregunté, y él abrió los ojos. 

Hurgó en sus bolsillos un rato hasta dar con las llaves y poder accionar el botón que abría el portón con el control remoto. La enorme puerta se plegó suavemente para que el auto pudiera entrar. Entré con cuidado, lo estacioné a un costado y apagué el motor. 

— Listo. — Exhalé, demasiado satisfecha de mi proeza de haber manejado sin ningún problema y prácticamente bajo la lluvia. Bueno, esto último es una exageración, ni siquiera había tenido la necesidad de encender el limpiaparabrisas.

Él intentó abrir la puerta del auto, pero estaba amarrado con el cinturón de seguridad, se lo desabroché y abrió la puerta del auto y volvió a vomitar, o por lo menos se dobló en arcadas. Intentó bajar, pero no pudo hacerlo, volvió a caer sentado en el asiento. 

Salí del auto y di la vuelta para ayudarlo a pararse. Tenía las manos frías y sudadas. Noté que también tenía el rostro sudado, no se sentía bien, no tenía ni que preguntarlo.

— Creo que deberías ver a un médico. — Le dije preocupada.

Se negó y caminamos juntos hasta la entrada. Me dio las llaves para que abriera la puerta principal y se apoyó en la pared a esperar a que yo adivinara cuál llave era y cómo iba. Por suerte solamente había dos llaves… pero acerté al cuarto intento.

La casa olía muy bien. Creí que se iba a desmayar en uno de los sillones, pero avanzó lentamente hasta las escaleras, quiso subir el primer escalón, pero no pudo. Lo ayudé a subir lentamente, de a ambos pies por peldaño. 

Llegamos a la planta alta y ahí serpenteó hasta dar con su habitación. Abrió la puerta y ante nosotros apareció una cama grande en el centro y tantas cosas alrededor, tantos objetos, juguetes, pelotas de distintos tamaños, libros, revistas, un televisor y varias consolas de videojuegos, un escritorio con dos monitores enormes y dos teclados musicales de distintos tamaños, y dos o tres guitarras apoyadas contra la pared en sus respectivas fundas. 

— Desorden.  — dijo. Creí que se disculpaba por el desorden y le dije que no pasaba nada. Se sentó en la punta de la cama y trató de sacarse el calzado, pero estaba anudado. Eran borcegos rojos, con la suela y los cordones negros. Me agaché a desanudar los cordones y a aflojarlos. Primero el derecho y después el izquierdo. De todos modos tuve que hacer fuerza para sacarlos de sus pies. Levanté la vista y me miraba. Desde abajo su párpado derecho se veía todavía más caído que de frente, prácticamente le dejaba una ranura en el ojo.

—  Tengo frío. — Me dijo jadeando. Me levanté a tocarle la frente, pensé que tenía fiebre, pero estaba congelado. 

—  Hay que llamar a un médico. 

Negó con la cabeza y se acostó en la cama, se metió con dificultad bajo las mantas.

— No te vayas. — Me pidió.

Le dije que me iba a quedar, en realidad pensaba esperar a que se durmiera para salir despacito y tomarme un taxi, aunque recordé que mi madre creía que estaba con Natalia… no tenía apuro. 

Busqué un baño, me estaba haciendo pis prácticamente desde que me había sentado en el auto. El baño de esa casa era el más bonito que había visto en toda mi vida. Me lavé las manos admirando todo a mi alrededor. Me enjuagué la cara y se me corrió el poco maquillaje que tenía, así que me lavé con agua y jabón los ojos hasta que no hubo más mancha negra en mis párpados.

Me sequé el rostro y salí del baño. Volví a su habitación, él estaba prácticamente desmayado bajo mantas desordenadas que le cubrían hasta el rostro, parecía muerto y tuve miedo. Me acerqué a comprobar su respiración y tardó tanto en respirar que me asusté. Le puse la mano en el pecho y su corazón latía tan despacio y débil que tuve que comparar con el mío si era normal. Por algún motivo recordé que la mejor posición era de costado, así que lo moví con firmeza para dejarlo sobre su hombro izquierdo. Era peso muerto, estaba completamente rígido, y le coloqué unas almohada en la espalda para que no se diera vuelta en un descuido y se ahogara con su propio vómito. Me quedé sentada en el suelo, a un costado de la cama, comprobando si respiraba casi al borde de la histeria hasta que el sueño me venció. Me había dormido sentada en el suelo, con la cabeza apoyada sobre el colchón, entre los brazos en un peluche de Charmander que encontré en el suelo y la espalda pegada a la cama. 

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App