Al poco vinieron a buscarnos para continuar con el ascenso y pronto se hizo evidente que Luna estaba en mejor forma física que yo, pero conseguí mantener más o menos el ritmo, así que llegamos a última hora de la mañana. El lugar era paradisiaco: el verde de los prados, la tonalidad musco que cubría los troncos y las montañas del norte de telón de fondo.
No me sorprendió encontrar a varios lobos jugueteando alrededor del lago y un par más estirados de forma perezosa sobre unas rocas, bajo la luz del sol.
Luna y yo y, por ende, Ned y Jan, éramos los únicos que habíamos hecho el ascenso a ralentí. Un lobo se movía mucho más rápido y de forma mucho más fácil por la montaña que un par de humanas enfundadas en unas deportivas.
Miré a aquellos enormes animales con cierto temor desde la distancia. Jan se colocó a mi lado y me cogió la mano. Su mirada transmitía fuerza y calma.
Alcé el mentón.
Jan era un alfa; supuse que tenía la obligación de intentar ser alguien digno de él. Y dudaba que la