Soltó aquello y se quedó tan pancho mientras yo me ruborizaba y sentía que la temperatura subía por momentos. En el local. O en mi cuerpo. Lo que fuera.
―Mejor aquí, creo, así que gracias.
―De nada. ―Inclinó la cabeza en un gesto condescendiente.
Su pulgar seguía acariciándome. Y empezaba a ser consciente de que tenía un serio problema.
Realmente era su mano la que estaba tomando la mía.
Sentía el calor de su piel contra la mía.
Y esa sensación despertaba a mí el deseo de una forma que me era tan desconocida como abrumadora.
Luché contra mis emociones y mis ansias mientras él se limitaba a estudiarme, como si estudiara mi rostro, mi olor, para intentar desenmascarar todo lo que no le decía con palabras. Que él también me gustaba. Que me atraía de una forma que me asustaba y excitaba a partes iguales. Y que todo aquello, la intensidad de lo que despertaba en mi interior, me era totalmente nuevo.
Creo que hubiéramos podido crear electricidad si nos lo hubiéramos propuesto. Había algo in