Mundo ficciónIniciar sesiónNunca me gustaron las agujas ni la sangre en sí, pero era lo que tenía que hacer como madre subrogada, ahora que mi vientre no me pertenecía. Intentaba no pensar en ello mientras caminaba al trabajo, con un algodón presionando la piel de mi brazo recién agujereado. Aunque a veces se me hacía imposible, pero trataba de convencerme a mí misma de que era lo mejor, ya que sin ese dinero, mi padre habría sido echado del hospital y él necesitaba cuidados las veinticuatro horas del día. Ese era el único hospital que trataba a los ilegales. O al menos, el único que conocíamos. Además, tenía miedo de que revelarán nuestro estatus migratorio y termináramos siendo deportados a nuestro país donde la pobreza y la delincuencia era el pan de cada día. Inclusive, este estilo de vida que llevaba ahora era un lujo si lo comparamos a sobrevivir en aquel país.
Había decidido tomar el camino arriesgado y seguir asistiendo al trabajo, con la esperanza de que mi encuentro con Connor fuese el ultimo. Tal vez... Me consideraría lo suficientemente insignificante para no dedicarme su energía.
¿Me sentía ansiosa y temerosa? Sí, pero necesitaba mantener este cochino trabajo.
Al llegar al trabajo, me cambié rápidamente, pensando que esta misma tarde tendría los resultados del examen de sangre. Me enteraría de una vez por todas si estaba embarazada del hombre desconocido o no.
Me puse a surtir el carrito de limpieza, el cual tenía una pequeña abolladura en una esquina, gracias a mi riesgosa hazaña en el elevador. Pude haberme quedado sin dientes por esa acción. Actué de forma muy irracional por estar encerrada con él.
Connor…
¿Quién diría que el chico del que estaba perdidamente enamorada en mi juventud, se convertiría en el hombre de mis pesadillas?
Tal vez… Se había dado cuenta que yo no valía lo suficiente para perder el tiempo haciendo mi vida más miserable de lo que ya era. Por eso fingió no conocerme.
Presioné el envase de desinfectante con fuerza, imaginándome que era su cabeza.
—Deja de soñar y empieza a trabajar —dijo una voz a mis espaldas, sobresaltándome.
Casi se me salió el corazón del pecho al voltear y encontrarme de cara con el gerente del hotel.
—Estaba acomodando el carrito, jefe —Me mordí la lengua, ya que era lo único que podía hacer en esta situación.
Traté de ignorarlo, siguiendo con mis labores, pero como siempre, no se callaba. Necesitaba menospreciarme solo para sentirse superior. Jamás entenderé como una persona puede odiar a otra que no le ha hecho nada.
—¿Acomodando el carrito? Fingiendo que trabajas será. Debería descontarte la hora, ya que no estás haciendo nada productivo —dijo con su tono tajante.
Seguí rellenando los productos de limpieza, respirando profundo, pensando en cualquier cosa menos en la insoportable voz detrás de mí. Hasta que lo sentí, un golpe fuerte en una de mis nalgas.
Agrandé los ojos al procesar lo que acababa de pasar.
«¡Me tocó!»
Era la primera vez que me tocaba y en una zona tan privada. Su acoso siempre ha sido verbal, jamás físico.
Me sentí avergonzada por algo que no era mi culpa y al mismo tiempo… una sensación caliente recorrió mis venas y era incapaz de controlarlo, hasta que mi vista se empañó de rojo.
No fui consciente de lo que hacía hasta que impacté la botella de desinfectante contra su cabeza calva. El sonido del plástico fue seco y el hombre se encogió, cubriéndose la cabeza.
La rabia seguía brotando de mi piel y mi visión aún estaba algo borrosa, pero rápidamente me di cuenta de mi error.
Él se merecía ese golpe y unos diez más por lo que hizo, por tocarme de esa forma indebida, pero yo no debí hacerlo, no podía defenderme, mucho menos agredirlo. Yo no era nadie en este país y corría el riesgo de ser deportada si se le ocurría denunciarme a migración.
Dejé caer la botella plástica en el piso, anonadada, sin saber que podía hacer en esta situación. Al ver como sus ojos azules me observaban con odio, supe que estaba perdida, que no habría nada que pudiera decir en mi defensa para que se apiadara de mí.
Necesitaba salir de aquí.
Traté de pasar a su lado, pero él me detuvo con un empujón. Caí contra el carrito, sintiendo el dolor extenderse en mi costado. Todo lo que había acomodado, terminó en el suelo.
—¡Maldita perra!
Sentía que era como un gato viviendo su última vida.
Lo único que pasaba por mi mente era que tenía que salir de aquí. Con movimientos torpes, le di una patada en la ingle y se arrodilló, aullando de dolor. Pasé a su lado y sentí como trató de agarrarme del uniforme de mucama, pero mis piernas se movieron a una velocidad que no creí posible, hasta que logré salir del área de servicio.
«¿Qué había hecho?» pensé.
Nuevamente, tendría que abandonar la ciudad por temor a ser denunciada por un mal hombre. Tendría que volver a empezar de cero, sin nada. Mi padre… ¿Qué haría con mi padre?
Miré atrás mientras que corría por los pasillos, asegurándome que no me siguiera. Terminé chocando de frente contra un muro sólido, tambaleándome hacía atrás a causa del rebote. Una mano grande pasó por mi espalda, evitando que me cayera.
¿Una mano? ¿Desde cuándo los muros tenían manos?
Parpadeé, captando que estaba frente a un hombre con una fuerte fragancia varonil.
Subí la mirada, encontrándome con el rostro inexpresivo de Connor. Sus ojos verdes se encontraron con los míos y sentí como las rodillas me temblaban al punto de querer ceder. Odiaba que mi cuerpo reaccionara de esa manera ante él. ¡Y más en una situación así!
Tragué saliva, olvidándome como hablar. Inclusive como pensar.
¿Por qué justo me lo tenía que encontrar a él entre todas las personas?
Como si su tacto me quemara, me aparté, recordando la posición en la que me encontraba.
«No podía quedarme ahí, tenía que irme»
—¿Qué ocurre? ¿Por qué te ves tan pálida? —preguntó de pronto, llamando mi atención.
Fruncí el ceño, sin entender por qué le importaba. No le pensaba dar una explicación, nosotros no éramos nada.
—¡Déjame en paz, Ronchester! —hablé con loa dientes apretados, empujándolo con fuerza.
Él agrandó los ojos ante mi brusca acción, como si no pudiera creer que lo tratará de esa forma.
Salí del hotel, recibiendo miradas extrañas de los que ahora serían mis excompañeros.
Ya no podía volver, no podía seguir trabajando ahí. No cuando las posibilidades de que el gerente llame a migración para que me deporten, eran muy grandes.
Mientras caminaba por la calle, mi mente iba de un problema a otro, sentía que me asfixiaba.
Me acababa de quedar sin empleo y tal vez necesite marcharme de esta pequeña ciudad, comenzar de nuevo… otra vez. Conseguir un nuevo empleo sería una tarea larga y difícil para alguien en mi posición. Transferir a mi padre a otro hospital que acepte ilegales, escapar de los prestamistas sin que se dieran cuenta... Sin contar, que podría estar embarazada en estos momentos. Tendría que irme de la ciudad, llevándome el hijo de un desconocido en mi vientre.







