El consuelo de estar junto a su padre en la cama del hospital, aunque breve, le había ofrecido a Jade un respiro en medio del caos, pero el vestido de novia, arrugado y manchado, era un recordatorio constante de la pesadilla de la que apenas había escapado. Necesitaba quitárselo, limpiarse de la sangre que le salpicó del disparo de Robert y la mentira en la que vivió.
Con un último beso en la frente de Morgan, Jade se levantó.
—Voy a casa a cambiarme —susurró, intentando que su voz sonara más firme de lo que se sentía. No se sentía para nada fuerte, poderosa, ni valiente—. Volveré tan pronto como pueda.
Morgan asintió, sus ojos aún llenos de preocupación, pero con un atisbo de alivio al verla tomar una decisión, por pequeña que fuera. Confiaba en que Jade tomara las mejores decisiones, y que no fuese como él, que se hundió por su propia culpa.
—Ve, mi amor, descansa un poco. Estaré bien aquí.
El mismo chófer de Hywell la esperaba afuera, un centinela silencioso y constante. La llevó d