El amanecer se asomaba tímidamente sobre sus cuerpos, tiñendo el cielo de naranjas y rosas. Jade y Nick yacían en la hierba húmeda del parque, sus cuerpos entrelazados, sus respiraciones calmadas. El frío de la noche había sido desterrado por el calor de su abrazo, y el temor de la fuga, temporalmente, por la euforia de su reencuentro. Las cicatrices de la opresión de Hywell seguían ahí, pero por primera vez en años, Jade se sentía completa, libre.
Jade, acurrucada contra Nick, trazaba círculos en su pecho. No le importaba lo que sucedía en la mansión con Hywell, no le importaba la cantidad de personas que debían estarla buscando, ni le importaba el castigo de Hywell. Quería estar eternamente con Nick, danzando en el sexo, fluyendo en la vida.
—No sabes lo que esto significa para mí, Nick —susurró—. Sentirte así... es como si por fin pudiera respirar de verdad.
—Significa todo —respondió Nick, besando su cabello—. Creí que te había perdido para siempre, que ese bastardo te tenía.
—Él