La mansión de Hywell, que una vez fue el escenario de una opulencia calculada, se transformó en una jaula aún más opresiva para Jade tras su fallido escape. El amanecer trajo consigo no el alivio, sino la intensificación de su tormento.
Hywell, consumido por una furia fría y controlada, se aseguró de que cada rincón de su existencia estuviera bajo su yugo.
Jade fue arrastrada de vuelta a su habitación, que se sentía más como una celda de aislamiento. La pulsera rastreadora, reparada y reforzada, brillaba siniestramente en su muñeca. La puerta de su habitación fue equipada con un nuevo sistema de cierre electrónico, accesible solo para Hywell y su personal de seguridad más leal. Las ventanas, con barrotes decorativos, fueron reforzadas con persianas metálicas que se abrían bajo supervisión.
Hywell se presentó en su habitación horas después, su rostro impasible, pero con una oscuridad en los ojos que Jade nunca antes había visto. Jade no había dejado de llorar, gritar e intentar escapar