El corazón de Jade latía con furia contra sus costillas, en un tamborileo salvaje que resonaba en el silencio sofocante del baño.
Se apoyaba contra la puerta, y su reflejo en el espejo una imagen distorsionada de agitación y deseo reprimido. Cada fibra de su ser gritaba, urgiéndola a calmarse, a recuperar el control, pero el encuentro con Blackwood había encendido una llama indomable en su interior, una. La vergüenza por sus propios anhelos prohibidos se mezclaba con una excitación peligrosa, una necesidad visceral que la asustaba profundamente y la atraía con igual fuerza hacia el hombre que no dejaba de llamarla.
Era una tormenta perfecta de emociones, amenazando con desmantelar el frágil control que había construido a su alrededor.
Un suave golpe en la puerta la hizo sobresaltarse, el sonido resonando como un trueno en el pequeño espacio. Su cuerpo se tensó al instante, un escalofrío de aprensión recorriéndola.
—¿Jade? ¿Estás bien?
La voz, baja y resonante, era inconfundible.
Rober