88. La Jaula Más Segura
Roxana
El taxi avanzaba despacio por calles casi vacías. Elena se apoyaba en mi hombro, murmurando palabras inconexas con los ojos entreabiertos. Ya no era el cuerpo inerte de antes, pero seguía viéndose frágil. Por un instante deseé que volviera a ser aquella niña que me seguía a todas partes y me creía capaz de salvarla de todo.
Me sorprendió el tráfico a esa hora. Esa zona rara vez se atascaba después de la medianoche, salvo en noches de partido o de protestas. Las luces rojas se extendían inmóviles frente a nosotras y un mal presentimiento me cerró el estómago.
El chofer masculló que no había manera de avanzar; podían pasar horas antes de que el tráfico cediera. Me incliné hacia la ventanilla y reconocí la hilera inmóvil de autos: estábamos demasiado cerca para esperar tanto.
—Bajemos —le dije a Elena, más por resignación que por decisión.
Caminamos entre los coches detenidos y al cruzar la calle creí, por un instante, que podríamos llegar sin llamar la atención. Entonces, un des