79. Castillos en el aire
Roxana
El atardecer del viernes nos encontró en el jardín cuando Giuseppe apareció con una sonrisa que iluminaba todo su rostro curtido por el sol.
—¡Señor Alessandro! —llamó, acercándose con prisa—. La perra tuvo cachorros durante la noche y como me pidió que le avisara…
Andrea saltó de la hamaca donde había estado leyendo, con una energía que me alegró el corazón.
—¿Cachorros? ¿De verdad? —Sus ojos brillaron con una emoción que no había visto desde antes del hospital—. ¡Mamma, tienes que verlos!
Esperé la resistencia habitual que surgía en mí, esa voz interna que me susurraba excusas para evitar cualquier cosa que me hiciera sentir. Pero algo había cambiado en los últimos días. El miedo y la ansiedad seguían ahí, pero ya no me paralizaban.
—Me gustaría verlos —dije, cerrando el libro que tenía en las manos.
Giuseppe nos guió hacia el pequeño cobertizo donde guardaba las herramientas de jardinería. El lugar olía a tierra húmeda y a heno.
Cuando llegamos, la perra mestiza dorada que e