76. El fin de una era
Alessandro
El volante resbalaba entre mis dedos. Contener el impulso de abrazar a Roxana al verla encogida en el asiento trasero me dejó los músculos tensos. Su imagen en el retrovisor antes de que desapareciera dentro de la casa del abogado seguía quemándome la retina.
Pero debía protegerla, a ambos. Y cada furgoneta que encontraba en el camino era un recordatorio del infierno que tendrían que atravesar si algún reportero conectaba los puntos al ubicar a cualquiera de nosotros.
Marqué el número de Mateo con el manos libres y como siempre respondió casi de inmediato.
—¿Alex, qué carajos? ¿Están bien?
—Le ofrecí tus servicios, pero no aceptó —lo interrumpí—. Ahora necesito que vayas a mi apartamento por ropa. Yo me adelanto a casa de mis padres. Y envía a Romano a casa de Roxana para coordinar con María. Ella ya sabe lo que tiene que hacer.
—Claro, pero tú, ¿cómo estás? Suenas...
—Los sacaré de la ciudad. Es lo más seguro. Hablaremos sobre la empresa esta tarde.
—Claro, no te preocu