34. Control de daños
Roxana
El silencio en el auto era más denso que el tráfico nocturno de Milán. Quince minutos habían pasado desde que salimos del Belle Époque, y Valentino no había dicho una palabra.
Sus ojos permanecían fijos en la carretera, pero yo sentía su rabia irradiando desde el asiento del conductor como una ola.
Había sido un error quedarme tanto tiempo hablando con Marco Viletti en esa esquina del Belle Époque. Pero necesitaba tiempo para recomponerme, para borrar el sabor de Alessandro de mis labios antes de enfrentar a mi esposo.
El auto giró con brusquedad hacia nuestra calle.
—¿Con quién hablabas tanto tiempo en esa esquina? —Su voz cortó el aire como un látigo—. Te busqué por todas partes y habías desaparecido.
Había ensayado esta respuesta durante todo el trayecto.
—Era Marco Viletti, el nuevo arquitecto —respondí con calma—. Resultó ser primo de los Castellini. Me explicaba sus proyectos en Roma.
—¿Y pretendes que te crea? —El sarcasmo goteaba de cada palabra.
—No puedo hablar con na