—¿Qué? —pregunté, entre un risa nerviosa e incredulidad.
—Eso mismo. Buscaré un piso en el mismo edificio.
—Claro, sí… tú, Christian Mitchell, viviendo en un barrio sencillo, en un edificio aún más sencillo —lo provoqué sonriendo, convencida de que estaba bromeando.
Pero la sonrisa se borró de mi cara cuando vi que no era una broma. La seriedad en sus ojos me dejó sin aire un instante.
—Si es la única forma de asegurarme de que estás bien, lo hago sin pensármelo dos veces —dijo con una calma que solo hacía todo más intenso.
—Eres imposible… —murmuré, con el corazón acelerado, intentando reír.
Él me tocó la nuca, sus dedos deslizándose por mi piel de una forma que me robó el aire.
Y sin avisar, sus labios volvieron a los míos, esta vez con hambre, con urgencia.
El beso fue profundo, cálido, y me perdí en él por completo.
Mi cuerpo reaccionó antes de que la razón apareciera: mis manos subieron a su pecho, sintiendo los latidos acelerados que reflejaban los míos.
Sus brazos rodearon mi c