Cap.52

Cuando llegué a casa, un torbellino de emociones me dominaba. Noah, sentado a mi lado, parecía darse cuenta exactamente del peso de lo que yo sentía.

Durante todo el camino estuvo en silencio, pero de un modo que me tranquilizaba. No hacían falta palabras; con su presencia bastaba.

Cuando por fin aparcamos delante de mi edificio, desvió la mirada del volante y me observó con cuidado, como si no quisiera asustarme.

—¿Estás bien para quedarte sola? —preguntó con esa voz calmada que transmite sinceridad.

Suspiré, intentando ordenar mis pensamientos.

—Creo que sí… Necesito este tiempo para mí.

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