—¿Cómo demonios te has soltado? —gruñó Christian, apuntándole con el arma.
Thomaz soltó una risa baja, cínica.
—¿De verdad crees que puedes confiar en todo el mundo, Christian?
—¡Thomaz, suéltame! —grité, intentando me zafar, pero él presionaba un trozo de vidrio contra mi cuello. El toque frío y afilado cortaba mi piel, y un escalofrío me recorrió entera cuando sentí la punta perforar ligeramente.
—Quédate quieta, Ariel —su voz rezumaba amenaza, y el olor a sangre mezclado con su sudor me revolvió el estómago.
Miré a Christian, desesperada. Él parecía dividido, con los ojos fijos en el vidrio que Thomaz sostenía.
—¡Aléjate, Christian! —gritó Thomaz, apretando mi cintura con el brazo mientras clavaba aún más el vidrio en mi piel. Sentí la sangre caliente correr por mi cuello y solté un sollozo.
—¡Vale! —Christian levantó una mano, manteniendo la otra sujetando el arma—. Tranquilo, Thomaz. No hagas eso.
Retrocedió un paso, pero sus ojos no se apartaban de los míos.
—¡Tira el arma al su