Ariel
Me desperté con el roce suave de unos labios cálidos en mi cuello, descendiendo lentamente hasta mi hombro. Una sonrisa apareció en mis labios antes incluso de abrir los ojos.
— Buenos días, señorita dormilona —murmuró Christian, su voz todavía ronca de sueño, enviando un escalofrío delicioso por toda mi piel.
— Buenos días —respondí, riéndome bajito mientras me giraba para mirarle.
Él me besó. Un beso lento y lleno de cariño que hizo que mi corazón latiera con más fuerza.
— Venga, arriba. Tenemos un sitio increíble al que ir —dijo, saliendo de la cama y ofreciéndome la mano.
Me estiré, echándome el pelo hacia atrás antes de aceptar su mano.
— Vale, vale… pero solo porque hoy estás muy mimoso.
— Siempre voy a mimarte —respondió con esa sonrisa traviesa que me hacía querer besarlo para siempre.
Poco después estábamos en un restaurante encantador en el centro de Berna. La mesa estaba colocada estratégicamente para tener una vista preciosa de un río cristalino que cruzaba la ciudad