El aroma de la cena ya llenaba la cocina cuando terminé de ordenar la encimera. Desde el salón llegaba la voz amortiguada de Christian hablando por teléfono. No hacía falta adivinar.
—Karen —murmuré para mí misma, soltando un suspiro.
Me acordé de la última vez que apareció, hace semanas, y sentí un alivio enorme de que no hubiera vuelto a dar señales de vida. Era una paz que ni sabía que necesitaba tanto.
Poco después, Christian apareció en la puerta de la cocina. Su cara lo decía todo. Esas llamadas de su madre siempre le destrozaban la paciencia.
—¿Otra vez? —pregunté, sin poder ocultar la simpatía.
No respondió enseguida. Simplemente se acercó a mí, con los hombros todavía tensos, me rodeó con los brazos y apoyó la cara en mi cuello un segundo antes de besarme la frente.
—¿Estás bien? —insistí, apartándome un poco para mirarle a los ojos.
—Ahora sí —dijo con una sonrisa cansada que ni siquiera le llegaba a los ojos. Se notaba que algo seguía ahí, rondándole la cabeza.
Decidí no pr