31. Un llavero suizo

El moreno hubiese sido el primero, bueno en todo caso uno de los primeros, en felicitar a su amigo si no fuese por esa inquietud que surgió en su corazón tan pronto conoció a Bernard. Y es que Bernard no tenía nada que le interesase excepto por un destello en su aroma que lo estaba dejando sin palabras. Sam había fruncido el ceño, de inmediato, cuando lo conoció y pensó que sería la primera pareja predestinada de tres alfas. Pero cuando entró a la mansión de su amigo ese distinguido aroma, ese aroma que podía reconocerlo en cualquier otro lugar, lo había dejado inquieto y no provenía de Bernard.

Sam caminó por entre los pasillos de la gran mansión de su amigo buscando eso que lo estaba atrayendo de una manera preocupante. Cruzó, a lo que parecía ser la segunda sala, y allí no estaba lo que buscaba así que siguió su camino hasta que llegó a la cocina. Allí se detuvo en seco porque lo que tanto lo atraía allí se hizo más fuerte.

Allí había una chica con el cabello anaranjado llegando
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