Casio asiente, pero sus ojos reflejan más preocupación que alivio. Sabe que papá no es un hombre de palabras vacías, y aunque ahora parezca tranquilo, la tensión sigue allí, latente, como un león que espera su momento para atacar.
—Giovanni, entiéndeme —dice Casio, buscando empatía—. Si fuera solo por mí, dejaría esto en paz. Pero hay demasiada gente mirando, demasiada presión… Y tú sabes cómo funcionan estas cosas. Si no encuentro respuestas pronto, todo esto va a explotar, y no solo para mí. Papá lo observa en silencio; su mirada es un enigma para cualquiera que lo desconozca, pero para mí es clara como el agua: está evaluando, calculando, buscando la forma de manejar esta situación a su favor.—¿Qué hacían los Mano Negras defendiéndolo? —pregunta finalmente&m