Maxi me extiende un hermoso anillo; lo miro seria. No puedo creer que lo haya traído listo en su bolsillo.
—¿En serio, Gatito? ¿Me estás proponiendo matrimonio en medio de esta locura? —pregunto, mirándolo muy seria y señalando la cantidad de armas, autos y muertos que nos rodean.—¿No te gusta? Perdón, Thea mu, te lo pediré en un hermoso lugar, perdón. ¡Pero no puedes decir que no, ya me dijiste que sí! —dice y se va a poner de pie, pero lo detengo.—Tonto. Ponme el anillo. Sí, acepto una y mil veces. No importa dónde me lo pidas; la respuesta no va a cambiar, siempre va a ser sí —y le extiendo mi mano, que él toma nervioso y coloca el anillo, para luego volver a abrazarme y besarme.Su beso tiene un sabor distinto esta vez, como una mezcla de alivio y promesa. Maxi siempre ha tenido esa forma atolondrada de mostrar s