El silencio por parte de Helen fue suficiente para que mi mente comenzara a formular suposiciones. ¿Vendría? ¿Se atrevería a cruzar una ciudad donde cada calle respiraba peligro? Roma no era un lugar seguro en este momento, ni para ella ni para nadie, pero tampoco podía permitirme bajar la guardia.  

—Está bien, Cristal. Iré en cuanto pueda, pero me tomará tiempo —respondió finalmente, su voz marcada por un tinte de duda que mezclaba inquietud y voluntad. —¿Dónde queda?  

—La casa de mis padres. Sé que sabes dónde es. No tardes —exigí con firmeza—. No quiero que pase más tiempo del necesario.  

Helen aseguró que se pondría en camino y cortó la llamada justo después. Me quedé mirando el teléfono, como si el aparato tuviera respuestas a todo lo que me atormentaba. Pero la ver