Pero Cristal no aparta su mirada de mí. Sus dedos trazan líneas invisibles sobre mi brazo, como si quisiera leerme a través de mi piel.
—Pobre Maxi... creo que por mi culpa fue que empezó a hacer eso con Fiorella. Una vez me dijo que, después de que yo desaparecí, no quería querer a nadie, pero adoraba a Fiorella —me cuenta con tristeza—. Creo que, haciendo todas esas maldades, pensó que la dejaría de amar.—Mi tío Fabrizio me dijo que, si tu papá le hubiera pedido ayuda en aquella época, lo habrían ayudado. El Greco no era poderoso, pero no se había metido con nuestros territorios —le explico, ya sin ninguna duda—. Ustedes vivían cerca del parque de nuestra casa. Maximiliano siempre iba para ver a Fiore.Cristal se queda callada, pero sus ojos, esos ojos verdes que siempre leo como un libro abierto, me dicen que mi respuesta le