Filipo asintió en silencio. Había algo extraño en esa conversación, algo que nunca había sentido antes: respeto mutuo. En ese momento, entendí que, a pesar de nuestras diferencias y enfrentamientos, Filipo y yo compartíamos el mismo código, aunque jamás lo hubiéramos admitido en voz alta.
—Ya veo, todo trabajó en contra de nosotros —digo tristemente.—Es cierto. Ahora pienso que tú y ella no estaban destinados a ser. Fiorella se enamoró de Salvatore; es realmente feliz —se detiene antes de agregar—. Tú, si no me equivoco, amas a mi prima Coral de veras. ¿O tengo que volver a molerte a golpes? Porque te advierto que no es mi hermana, pero la quiero como si lo fuera.—Lo sé, no tienes que advertírmelo —me apresuro a decirle—. Y sí, creo que Fiorella y yo no estábamos destinados a ser. Sin emb