Me quedo observando a este hombre, curtido por los años en su oficio al servicio del Don. Su mirada me lo dice todo; sobre todo, que me admira por mi habilidad para disparar. No digo nada; aunque no trabaje para ellos, no puedo negar que les debo la vida. Por eso respondo:
—Eso lo puedo hacer —digo de inmediato—. Siempre y cuando no ataquen a mi familia, no tendremos problemas.—No podemos asegurarte eso, pero, hasta el momento, somos amigos. No tenemos por qué atacar a tu familia —dijo el jefe de nuevo, mirándome con los ojos entrecerrados.—Pues, mientras las cosas sigan así, yo tampoco los atacaré a ustedes. Palabra de Garibaldi —aseguro y extiendo mi mano, que él estrecha enseguida—. Ahora necesito un teléfono para llamar por ayuda. Siento que mi corazón no aguanta, me va a dar un infarto.Ellos se quedan mirándome serios. Se miran entre ellos, obser