En casa del doctor Rossi, el ambiente era alegre y festivo; todos reían y disfrutaban de la compañía. Cristal, atenta como siempre, se ofreció a buscar el té que Elvira había sugerido para Gerónimo. Mientras se dirigía a la cocina, de repente sintió una mano fuerte que la atrapó con brusquedad, tirando de ella sin darle tiempo de reaccionar. Intentó soltarse, pero el agarre era demasiado firme. Al voltear para ver quién era, sus ojos se encontraron con los de su suegra, Rosa, quien, sin decir una sola palabra, la arrastró sin miramientos hasta el invernadero. Al llegar, la soltó con tal fuerza que Cristal dio un pequeño tropiezo, recuperando el equilibrio rápidamente.
—¿Qué haces aquí, desvergonzada? —preguntó Rosa, con los ojos enrojecidos de furia y su tono mostrando un desprecio que le llenaba la voz.Cristal mantuvo laCristal inspeccionaba una y otra vez la prueba de paternidad que su suegra, Rosa, le había entregado. Las lágrimas se amontonaban en sus ojos, pero ella las apartaba con un brusco movimiento de su mano. No, no iba a caer tan fácilmente. Esta debía ser otra de las tretas de esa terrible mujer que, desafortunadamente, era su suegra, se repetía en su mente. La voz de Oliver, quien había observado todo desde un rincón del invernadero, la sacó de su ensoñación.—No le creas —dijo él con un tono firme.Cristal dio un pequeño salto, asustada, dejando caer la hoja al suelo. Se giró lentamente mientras se seguía limpiando el rostro, hasta quedar frente al diseñador Oliver. Este se agachó, recogió la hoja y la leyó sin prisa.—No hagas caso a nada que ella te diga —declaró con determinación—. Confía en G
El ambiente, cargado de tensiones apenas latentes, quedó en pausa, como si todos estuvieran esperando el próximo movimiento. Pero, en ese momento exacto, era evidente que lo único que importaba a Cristal y Gerónimo era la proximidad de sus miradas. Nadie más existía en la terraza: ni Rosa, ni sus intrigas veladas. Allí estaban ellos, unidos, sólidos, formando un frente que parecía inquebrantable.—No es nada, cariño, solo me preocupé un poco. Oli, quiero que le hagas el vestido de novia más espectacular que puedas para nuestra boda en la iglesia —dijo Gerónimo de pronto, alzando la voz.—¡Amor! —exclamó Cristal emocionada, mirando cómo Rosa se acercaba y preguntaba:—¿Qué boda, Gerónimo?—¡Su boda, Rosa! —respondió la voz de Giovanni—. Y no te preocupes, Gerónimo, yo corre
Por otro lado, la señora Stavri llamó a su hijo Maximiliano con urgencia, pues el bebé, después de bañarlo, comenzó a ponerse azul, no podía respirar bien y no dejaba de toser. La voz temblorosa de su madre alarmó de inmediato a Maximiliano, quien salió apresurado hacia la casa acompañado de Coral.—¿Qué tiene, mamá? —preguntó, claramente angustiado al entrar y encontrarla abrazando al pequeño.—No lo sé, hijo. Solo lo bañé y luego comenzó a toser así —respondió Stavri mientras acunaba al niño en sus brazos, sin poder ocultar su miedo—. Se está ahogando… necesitamos llevarlo al doctor.Maximiliano se pasó las manos por el cabello en un gesto de frustración al mirar por la ventana, consciente de la peligrosa situación que los rodeaba.—Es muy
Gerónimo había subido con Cristal a la habitación, sintiéndose agotado tras un largo día. Antes de marcharse, Luigi lo revisó rápidamente y confirmó que todo iba bien, pero le dejó claro que debía guardar reposo. Cristal, siempre atenta, lo ayudó a cambiarse de ropa y a darse un breve baño. Sin embargo, Gerónimo notó que ella permanecía demasiado callada, con una expresión que no lograba descifrar. Sus ojos hablaban más que sus palabras y la tensión en el ambiente era evidente.—¿Qué pasa, cielo mío? —preguntó Gerónimo de inmediato, fijándole su mirada llena de ternura y preocupación.—¿Qué pasa qué, amor? —respondió Cristal, evadiendo la pregunta y desviando la vista.—Te conozco, cielo, sé cuándo algo te preocupa o tienes algo que decirme. Habla ya, antes de que me duerma, porque no podré descansar sabiendo que guardas algo —insistió él, con un tono suave pero cargado de intensidad, mientras se acercaba a ella lentamente.Ella lo miró, dudando por un momento. Las palabras de Oliver
Cristal lo detuvo con suavidad. Estaba profundamente preocupada porque su esposo se encontraba convaleciente, y no era bueno que él estuviera haciendo ese tipo de esfuerzos. —Estás herido, amor —le dijo mientras intentaba resistirse. Pero él ya estaba completamente desnudo y acostado en la cama. —Cabálgame, Cielo, ven, hazme el amor —insistió Gerónimo sin dejar de mirarla. Su tono era suplicante, pero sus ojos ardían con deseo—. No te preocupes, esa herida no es nada. Voy a explotar si no lo haces. Cristal no se hizo rogar. Se sentó despacio a horcajadas, disfrutando del placer de sentir cómo era abierta e introducida hasta el fondo por el miembro erguido de su esposo. Soltó un gemido y lo miró con una intensidad alucinante. Luego se inclinó con cuidado para besarlo, mientras él la penetraba una y otra vez de manera lenta y profunda. En un instante, Cristal se separó, el deseo aún ardiendo en su interior, para observar a su hermoso esposo. No lograba concebir la vida sin él, p
El bullicio frente al lujoso hotel se dividía entre murmullos, risas y exclamaciones, pero nada, absolutamente nada, podía competir con la imagen de una mujer vestida de novia corriendo descalza, con las faldas de su vestido arremolinadas en sus manos. Su largo velo vuela al aire, mientras ella gira la cabeza hacia atrás, para ver si la persiguen, en lo que su mente le repite una y otra vez que debe escapar, ¡debe huir ahora o no podrá! —¡Detente, amor! ¡Detente…! ¡Me iré contigo, amor, me iré contigo…! —gritó con todas sus fuerzas. Sus palabras cortaron el aire como un impacto directo al pecho de cualquiera que la escuchara. Era un grito de auxilio, un llamado que parecía contener toda la fuerza de quien quiere salvar su vida o… recuperar algo que no quiere perder. —¡No me dejes…! ¡No me dejes…! ¡No me casaré con otro que no seas tú…! —gritó de nuevo. Cortando la monotonía del lugar—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Espera por mí! La multitud, que al principio apenas prestó atención, no p
La claridad de la ventana hace que abra sus ojos. Está solo en el hotel que reservaron el día anterior para la celebración de su graduación, sin saber cómo regresaron ni a qué hora.—¡Diantres! ¿Por qué tuve que beber tanto ayer? Me mata la cabeza —dice mientras rebusca en la maleta un calmante. La resaca es muy grande, no recuerda apenas nada. Se dirige, después de tomar la pastilla, al baño y se mete en la ducha dejando que el agua bien fría lo ayude a despertar. Tras un rato se siente un poco mejor. Sale y empieza a prepararse para afeitarse cuando algo en su dedo llama su atención. Sí, es un anillo de matrimonio. Y las imágenes de la mujer más bella que ha visto en su vida diciéndole, ¡sí acepto!, en una ceremonia de boda, llegan a su mente.—¡¿Con quién diablos me casé?! —pregunta desesperado, gritando a todo pulmón mientras abandona el baño. Busca respuestas mientras revisa su cama, por si acaso, pero no, no hay nadie en ella. Sale corriendo por la habitación, incapaz de calmar
El peso del vestido es lo primero que siente antes de abrir los ojos. La seda roza su piel y el corsé aprieta su cintura. No necesita mirar para saber que todavía lo lleva puesto. Su cuerpo está rígido, como si la tela fuera una prisión que le niega el aliento. Su cabeza le estalla de un dolor tan intenso que parece imposible soportarlo. Abre los ojos y la claridad hace que los cierre de golpe, dejando escapar un leve quejido. Vuelve a intentarlo, esta vez despacio, hasta que su vista se aclara. Mira alrededor y reconoce el lugar de inmediato: su pequeño apartamento número dos. Ese refugio secreto que su hermano le compró tiempo atrás, para esos momentos en los que todo se desmoronara y tuviera que desaparecer. ¿Cómo vino a parar ahí? La pregunta retumba en su mente confusa mientras intenta desenredar sus últimos recuerdos. Se sienta en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, buscando alivio.—¡Dios, cómo me duele la cabeza! —exclama, mientras su respiración intenta ac