Gerónimo miró fijamente a su esposa en medio de una pareja muy conocida y odiada para él. Ella no sabía qué hacer: le dijo "perdón" con los labios y tiró de sus padres, dejándolo helado en el centro del pasillo mientras la veía alejarse con ellos, sin poder creerlo. Ahora entendía por qué ella no le había dicho nada. Aún no podía asimilarlo; su linda esposa realmente era hija de unos enemigos de su familia. Y no de cualquier enemigo.
—¡Gerónimo, Gerónimo!— El llamado de las chicas vendedoras lo sacó de su ensimismamiento. Avanzó todavía sin saber cómo reaccionar.—Díganme, chicas —preguntó, sin dejar de mirar por donde se habían ido.—Tu esposa dejó sus compras aquí. Dijo que tú las pagarías y llevarías a casa. Que se van a encontrar all&aa