Cristal se queda en silencio por un momento, como si reunir las palabras dentro de sí misma fuera más difícil de lo que había imaginado. Finalmente, tomando fuerzas de la mano que la sostiene, responde en un hilo de voz:
—Agapy Papadopulos.Al escuchar la revelación, Gerónimo asiente ligeramente, como saboreando el nombre por primera vez. Pero Cristal, viéndolo con atención, siente cómo la tensión se apodera de ella. Su respiración se vuelve pesada, el pecho atrapado en una invisible red de dudas. Quería que lo supiera, sí, pero ahora que lo ha dicho, teme cada segundo que pasa sin que él reaccione. ¿Por qué no dice nada? ¿Cómo puede mantenerse tan sereno?Su mente se llena de suposiciones. Ella estaba convencida de que ese apellido sería suficiente para encender en él cualquier tipo de reconocimiento, más aúnCristal se encoge ligeramente, como si quisiera hacerse más pequeña en su asiento. Se esfuerza por responder, pero la incertidumbre la invade. —No sé si es el mismo, no sé su apellido... —balbucea finalmente, mordiendo su labio inferior mientras desvía la mirada hacia algún punto indefinido del suelo. Y luego, guarda silencio. Gerónimo, que durante segundos permanece inmóvil, parece debatirse internamente sobre qué hacer con esa información. Finalmente, su propia determinación lo gana. Le toma la mano otra vez con más fuerza, aunque en su toque sigue habiendo una caricia reconfortante. Su pulgar dibuja círculos en la piel de Cristal. No la mira mientras lo hace, pero su aura imponente lo dice todo. —Amor... —rompe el silencio con una voz grave. Cada palabra pronunciada es una declaración que no admite dudas ni titubeos—.
Ella asiente, pero casi como si se tratara de un reflejo, sabe que esta batalla aún no ha acabado. Gerónimo lo siente también. Es por eso que, después de un instante eterno, regresa a esa fuerza que lo caracteriza. Su expresión cambia ligeramente, más seria, más resuelta. —Por eso, cariño..., dime qué tenemos que arreglar para poder estar listos. —Hace una pausa, mirándola con la intensidad de alguien dispuesto a enfrentarse al mundo entero por amor—. Y dime también a qué familia perteneces... —Su tono es firme, decidido—. Necesito saberlo para poder protegerte y defenderte de lo que sea. Cristal desvió la mirada, mordiendo su labio con fuerza, como si ese gesto pudiera contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse. Sabía que tenía que decir todo, que no podía esconder más verdades por mie
Cristal intentó sostener su mirada, pero su inquietud era más fuerte y terminó desviando los ojos hacia las sombras que se proyectaban en los alrededores. Parecía que temía que alguien, algo, la encontrara en aquel momento. Cada vez que pensaba en su familia, en las implicaciones de su pasado, la incertidumbre se le agarraba al pecho como un nudo imposible de deshacer. Gerónimo, cuya paciencia y amor parecían hechos de acero templado, no necesitó oír más. Extendió su brazo con naturalidad y la atrajo hacia sí, abrazándola con una calidez que no dejaba espacio para dudas. —Cariño, lo vamos a resolver, te lo prometo —le susurró al oído, presionándola ligeramente contra su pecho. En cada palabra buscó impregnarse de la seguridad que sabía que ella necesitaba tanto como el aire. Pero Cristal no halló c
Gerónimo se quedó sin palabras, el peso emocional de aquella confesión derrumbando cualquier idea que su mente hubiera intentado estructurar. Sus manos, firmes, la atrajeron aún más contra su pecho. Sabía que Cristal hablaba desde un lugar profundo, donde los sentimientos eran honestos y crudos, y él podía sentir cómo esas palabras se grababan en su alma. —¡Oh, cielo mío! —logró decir finalmente, lleno de emoción—. Yo también te amo, de la misma manera o incluso más. Y también te digo lo mismo, mi amor: no importa lo que haga o diga, por ti soy capaz de todo, de cualquier cosa. Me mirarás a los ojos, cielo, y entenderás la verdad. Así sabrás siempre que mi amor por ti es eterno. Te amo, cielo. Te amo. Se fundieron en un beso apasionado, profundo, lleno de promesas que ambos sabían que intentarían cumplir incluso en los momentos más oscuros. Sus brazos se entrelazaron como si con ese acto intentaran sellar una burbuja invisible que los protegiera del mundo ext
La pregunta de Cristal quedó flotando entre ellos, cargada de una ingenuidad que, lejos de restarle profundidad, demostraba lo sincero de sus intenciones. Gerónimo, sin embargo, la consideró al instante con la seriedad adecuada. Había aprendido que con Cristal lo inocente casi siempre llevaba una capa de expectativas más profundas. —¿Quieres decir que no los bautizaremos hasta que sean adultos? —preguntó ella, con curiosidad y un leve atisbo de preocupación. La idea parecía lógica, práctica incluso, pero sabía perfectamente lo difícil que sería plantearla frente a su familia, especialmente a sus padres—. No lo sé, amor. Lo pensaré, aunque tal vez, tal vez, no me molestaría pasarme a tu religión. Gerónimo negó con suavidad, acariciando el rostro de su esposa con ternura y serenidad. Cada palabra que pronunciaba para ella llevaba una intención firme, como buscando cimentar la confianza que Cristal necesitaba tanto como el aire que respiraba. —Cielo,
Gerónimo sonrió levemente, no por burla, sino por lo mucho que le gustaba esa parte de Cristal que no descansaba hasta juntar cada fragmento de una historia. Mientras hablaba, enrolló con cuidado un mechón del cabello dorado y ensortijado de ella en sus dedos, enredándolo y desenredándolo con un gesto distraído pero cargado de cariño. —Pues ya sabes cómo termina todo esto —respondió, arrastrando las palabras con cierta resignación—. Durante años, estuvo todo bajo control. La Cosa Nostra logró organizar una división de territorios y establecer ciertos convenios que mantuvieron la paz durante un buen tiempo. No es perfecto, pero funcionó, hasta hace unos años. Hizo una pausa; su mirada volvió a perderse en el horizonte. Había algo en la forma en que evitaba mirar directamente a Cristal que anticipaba lo que diría después. —Mis abuelos fueron asesinados —soltó finalmente, y a pesar de lo calmado de su tono, la frase quedó suspendida en el aire como u
Gerónimo no dudó ni un segundo. Sus brazos rodearon su cuerpo, más firmes que nunca, como si aquellas palabras fueran un juramento grabado en piedra. —Nada, amarte, defenderte, cuidarte —dijo, como si fuera una promesa eterna. La estrechó contra su pecho, dejando que su fuerza se convirtiera en refugio y que ninguno de sus miedos pudiera atravesar esa muralla de amor que había construido para ella. Después, con un movimiento firme, la subió encima de su cuerpo y la besó con una pasión que le robó el aliento. Cristal cerró los ojos, dejando que el mundo se desvaneciera a su alrededor. En aquel instante solo existían ellos dos, y ella sabía que, a pesar de todos los problemas que los rodeaban, su felicidad con él era más grande que cualquier cosa que alguna vez hubiese imaginado. Esa certeza que le llenaba el pecho no la dejaba dudar. Aunque a veces sentía que los problemas la asfixiaban, estar entre los brazos de Gerónimo siempre era su salvación.
Miró a su alrededor, buscando aferrarse a cada detalle. Las velas parpadeaban delicadamente, bañando todo el espacio con una luz cálida. Los pétalos de rosa formaban un corazón impecable en el suelo donde estaban parados, y los globos rojos flotaban como guardianes discretos de su momento. Pero más allá de todo ese decorado perfecto, lo que realmente la impactó fue el amor que fluía desde Gerónimo, el hombre que había transformado su vida. No pudo detenerse. Con lágrimas rodando por sus mejillas y una sonrisa que casi dolía de lo amplia, extendió su mano temblorosa hacia él. —¡Sí quiero! ¡Quiero, amor! —exclamó, dejando que esas palabras salieran sin filtros, tan honestas como su corazón palpitante. La mirada de Gerónimo brilló con una felicidad que pocas veces había mostrado. Tomó la mano de Cristal con reverencia y deslizó el anillo en su dedo, como si aquel gesto simbolizara la unión eterna de sus almas. Se puso de pie con agilidad, envol