Jarret, al ser expulsado de la casa de los padres de Cristal, maldecía una y otra vez. No podía creerlo, se negaba a aceptar las palabras que acababan de arrojarle como una bomba imposible de esquivar. Cristal no podía haberlo engañado. Todo este tiempo, él había estado completamente alerta, vigilándola, asegurándose de que nada ni nadie pudiera acercarse a ella. Cristal no se reunía con hombres, ni siquiera tenía amigos que fueran varones. Él se había ocupado de eso desde el principio, ahuyentándolos uno a uno. Entonces, ¿quién demonios era ese chico al que ella le gritaba que lo amaba? La escena seguía reproduciéndose en su mente como una cinta rota: las palabras de Cristal llenas de una pasión inconcebible, su rostro iluminado por un fuego que él nunca había presenciado. "No me casaré con nadie más", le había gritado a aquel tipo, mientras este extendía los brazos como si hubiese estado esperando por ella durante siglos. Jarret se mordía el interior de las mejillas, intentando c
Ese comentario hirió más de lo que Jarret estaba dispuesto a admitir. Sus dientes chirriaron al apretar la mandíbula, pero se obligó a mantenerse firme. —No tienes idea de lo que estás hablando —replicó—. Cristal y yo estamos destinados a casarnos. Hay cosas que tú no entiendes… cosas que no tienen nada que ver contigo. Así que, si sabes algo útil, dilo de una vez. Está bien, compraré este auto, si me dices dónde la dejaron. Guido alzó las cejas, fingiendo sorpresa, aunque sus gestos no parecían tomarse a Jarret en serio. —¿Estás seguro? Ese auto vale mucho dinero —le advirtió, pero sin mucha insistencia. —Puedo darme ese lujo —contestó Jarret con arrogancia. Lo detiene Jarret, que odia que lo traten como un pordiosero que no puede pagar un auto. Su padre tiene mucho dinero, así que esto no le hará mucha mella en el bolsillo, piensa. Será su regalo de graduación y boda cuando le digan algo. Se comportó bien, por lo que se lo merece. —Está bien, te lo diré —aceptó Guido, re
Mientras estaba en la oficina, Filipo repasaba meticulosamente los documentos del auto que supuestamente Jarret estaba dispuesto a comprar. Lo hacía con una precisión casi irritante, dejando que el silencio se extendiera entre ambos, salvo por el leve crujir del bolígrafo al deslizarse sobre el papel. Jarret, incómodo con aquella atmósfera tensa, paseaba la vista por las fotografías que decoraban las paredes. Eran imágenes llenas de movimiento y adrenalina, momentos capturados en plena gloria de las carreras de alta velocidad organizadas por la familia Garibaldi. Era inevitable que la curiosidad se apoderara de él.—¿Hacen carreras de autos? —soltó al azar, intentando romper el hielo, pero sobre todo buscando darle más fluidez a la conversación para recoger piezas sueltas de información.—Sí, hacemos carreras profesionales y también p
Filipo lo ve alejarse y no le gusta para nada. Siempre ha tenido una buena vista para leer a las personas, y este Jarret no le parece una buena persona; mandará a vigilarlo. Tiene que avisarle a Gerónimo, piensa mientras saca su teléfono.—¿Dónde estás, primo? —pregunta en un susurro.—Llegando a la cabaña —responde Gerónimo.—Pues quédate allá un tiempo —le ordena firme—. El ex prometido busca a tu mujer y no creo que con buenas intenciones. ¿Cómo están las cosas con ella?—Después de que se enteró de quién soy, no muy bien —confiesa Gerónimo; entre ellos no existen secretos.—Eso es lógico —hace una pausa antes de decir—. Bueno, estás de vacaciones. Si te necesito, te llamaré. Disfruta, hermano.Mientras tanto, en el centro de Roma, en la habi
Cristal, entonces, abre los ojos despacio, incorporándose para mirarlo directamente. En su mirada hay algo diferente, una urgencia que atraviesa cualquier intento de consuelo. —No, Gerónimo, no ha pasado —afirma, llena de determinación—. Todavía hay cosas que debemos arreglar con urgencia, y vas a tener que ayudarme. O no sé si lo tendrán que hacer mis padres...Gerónimo siente un escalofrío recorriéndole la espalda, pero en lugar de contestar, simplemente la observa un instante más, intentando descifrar la magnitud de lo que ella está pidiendo. Sabía que esto no había terminado. La sombra del pasado... ese pasado, seguía persiguiéndola con ferocidad.—¿A qué te refieres? ¿Tus padres qué tienen que hacer? —pregunta Gerónimo, clavando la mirada en su esposa, intentando descifrar lo que ella guar
Cristal se queda en silencio por un momento, como si reunir las palabras dentro de sí misma fuera más difícil de lo que había imaginado. Finalmente, tomando fuerzas de la mano que la sostiene, responde en un hilo de voz:—Agapy Papadopulos.Al escuchar la revelación, Gerónimo asiente ligeramente, como saboreando el nombre por primera vez. Pero Cristal, viéndolo con atención, siente cómo la tensión se apodera de ella. Su respiración se vuelve pesada, el pecho atrapado en una invisible red de dudas. Quería que lo supiera, sí, pero ahora que lo ha dicho, teme cada segundo que pasa sin que él reaccione. ¿Por qué no dice nada? ¿Cómo puede mantenerse tan sereno?Su mente se llena de suposiciones. Ella estaba convencida de que ese apellido sería suficiente para encender en él cualquier tipo de reconocimiento, más aún
Cristal se encoge ligeramente, como si quisiera hacerse más pequeña en su asiento. Se esfuerza por responder, pero la incertidumbre la invade. —No sé si es el mismo, no sé su apellido... —balbucea finalmente, mordiendo su labio inferior mientras desvía la mirada hacia algún punto indefinido del suelo. Y luego, guarda silencio. Gerónimo, que durante segundos permanece inmóvil, parece debatirse internamente sobre qué hacer con esa información. Finalmente, su propia determinación lo gana. Le toma la mano otra vez con más fuerza, aunque en su toque sigue habiendo una caricia reconfortante. Su pulgar dibuja círculos en la piel de Cristal. No la mira mientras lo hace, pero su aura imponente lo dice todo. —Amor... —rompe el silencio con una voz grave. Cada palabra pronunciada es una declaración que no admite dudas ni titubeos—.
Ella asiente, pero casi como si se tratara de un reflejo, sabe que esta batalla aún no ha acabado. Gerónimo lo siente también. Es por eso que, después de un instante eterno, regresa a esa fuerza que lo caracteriza. Su expresión cambia ligeramente, más seria, más resuelta. —Por eso, cariño..., dime qué tenemos que arreglar para poder estar listos. —Hace una pausa, mirándola con la intensidad de alguien dispuesto a enfrentarse al mundo entero por amor—. Y dime también a qué familia perteneces... —Su tono es firme, decidido—. Necesito saberlo para poder protegerte y defenderte de lo que sea. Cristal desvió la mirada, mordiendo su labio con fuerza, como si ese gesto pudiera contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse. Sabía que tenía que decir todo, que no podía esconder más verdades por mie