Capítulo 4
—Fabiola, por última vez, te suplico que lo entiendas: soy la hermana de sangre de Mario, y ese trofeo que sostienes entre tus manos es el último recuerdo que nos queda de nuestros padres. —Mi voz se quebró mientras hablaba, mientas mis ojos lucían enrojecidos por las lágrimas contenidas. En mi mente no dejaba de aparecer la imagen de mi madre, en sus últimos días, acariciando con sus manos temblorosas aquel precioso trofeo.

—No me interesa tu historia. Solo responde una cosa: ¿te arrodillas o no? —me espetó con una mirada llena de desprecio y de superioridad.

Tragué saliva con dificultad, intentando contener la ira que me consumía por dentro. Por el recuerdo de mi madre, lentamente, doblegué mi orgullo y mis rodillas tocaron el suelo.

La streamer, emocionada por el momento, dirigió rápidamente su teléfono hacia mí, gritando:

—¡Atención todos mis seguidores! ¡La amante está de rodillas! ¡Si quieren escucharla ladrar como el perro que es, denle like al directo y no olviden seguirme!

—Guau... guau-guau —la onomatopeya salió de mi boca mientras me tragaba la humillación, recordándome que lo hacía solo por preservar el último vestigio de mi madre.

La habitación se llenó de risas crueles y burlonas.

De repente, un sonido cristalino y demoledor atravesó el aire, haciendo que mi alma se estremeciera hasta lo más profundo.

—Ay, ¡qué torpe soy! Se me resbaló de las manos —dijo con falsa inocencia.

Entre los fragmentos esparcidos por el suelo, aún se podían distinguir las palabras «Primer Premio» brillando entre los restos.

Fabiola me miró con un desprecio absoluto, su postura desafiante gritaba: «¿qué vas a hacer al respecto?»

En ese preciso instante, algo dentro de mí se rompió. Sentí que mi alma entera se consumía en llamas. Sin pensarlo, me abalancé sobre ella como una fiera herida, agarré su cabello con todas mis fuerzas y comencé a arañar su rostro frenéticamente. No tenía experiencia en peleas, actuaba puramente por instinto. Pero, aun así, mis uñas se hundieron en su piel, dejando surcos rojos. En mi mente solo existía un pensamiento: destruirla por completo.

Mi ataque fue tan repentino y violento que nadie tuvo tiempo de reaccionar. Cuando finalmente lograron separarme de ella, aún sostenía mechones de su cabello entre mis dedos, algunos incluso con pedazos de cuero cabelludo.

Fabiola se cubrió el rostro ensangrentado, chillando histéricamente:

—¡Maldita perra! ¡¿Cómo te atreves a ponerme una mano encima?!

Sus amigas, claramente asustadas por mi arranque de furia, solo atinaban a sujetarme sin atreverse a hacer nada más.

—¡Desvístanla! ¡Que todo el mundo vea a esta zorra como vino al mundo! —gritó Fabiola, fuera de sí por la rabia—. ¡Graben todo y súbanlo a la red de su universidad! ¡Que todos sus profesores y compañeros sepan la clase de basura que es!

Cuando Fabiola intentó arrancarme la ropa interior, encontré el momento perfecto y le clavé los dientes en la mano con toda la fuerza que pude reunir. Me golpearon repetidamente hasta que el dolor me obligó a soltarla.

El sabor metálico de la sangre inundaba mi boca mientras los miraba con un odio visceral. Me juré que, si sobrevivía a esta humillación, ninguno de ellos quedaría impune.

—Realmente eres una perra rabiosa —escupió Fabiola, examinando la profunda marca de dientes en su mano.

—Fabiola, si le quitamos más ropa nos van a cerrar la transmisión —advirtió la streamer con preocupación.

Fabiola dudó un momento, evaluando la situación, hasta que por fin sentenció:

—Bien, ¡entonces la pasearemos así por las calles!

Me empujaron fuera del departamento como si fuera ganado.

En la entrada del complejo residencial se había reunido una multitud morbosa, con varios guardias de seguridad luchando por mantener algún tipo de orden.

—¡Vengan todos a ver a la amante desvergonzada! —gritaban mientras me exhibían.

El jefe de seguridad me reconoció y corrió hacia nosotros con preocupación, pero alguien llegó antes que él.

—¡Mario, amor, por fin llegas! Mira cómo esta zorra me destrozó la cara... —el tono de Fabiola cambió instantáneamente a uno victimista y dulce, pero antes de poder terminar su actuación, Mario le propinó una bofetada tan potente que la envió directo al suelo.

—Fabiola, ¿acaso quieres que te mate? ¿Cómo te atreves a maltratar así a mi hermana pequeña? —su voz resonó como un trueno.

Un silencio sepulcral cayó sobre la multitud, mientras todos miraban atónitos a Fabiola.

Ella yacía en el suelo, con el labio partido y la cara marcada por mis arañazos, presentando un aspecto tan lastimoso como el mío.

Mario se acercó a mí, apartando a patadas a las mujeres que me sujetaban. Con un gesto protector, me cubrió con su chaqueta y me estrechó contra su pecho, protegiéndome del mundo.

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