Capítulo 5 "País desconocido"

NATASHA

Muy pronto estaríamos en un desconocido país, ni tiempo tuve de investigar algo sobre el lugar al que nos dirigíamos, ¿pero en qué momento se supone que lo haría? Mi madre no me preparo para nada esto; sin embargo, yo debí haberlo tenido en cuenta que algo así iba a ocurrir en algún momento, pues con Iriana Vorobiev nunca se sabía nada.

Mi madre uno siempre tiene que ser precavido, con su adicción y su comportamiento irracional, no había manera para confiar en ella. Hoy podía estar bien, calmada y sería, pero por dentro, era posible que estuviera ansiosa por una dosis de esas que solía buscar en las calles.

Por más que hecho de todo para ayudarla, mis esfuerzos y mis palabras han sido en balde. Ella no quiere que la ayuden, si así fuera, pusiera algo de su parte, en cambio, nunca colabora las veces que le he dicho que iremos a una clínica para que la ayuden con su adicción.

No puedo forzarla, admito que al principio si lo hice, pero no sirvió. Las mismas personas del centro clínico que atienden allí, me dijeron que ese era el primer paso para comenzar a salir del círculo vicioso, aceptar su problema con las drogas y que ya las quería dejar, de esa manera ella iba a cooperar en su proceso de recuperación.

Pues sentir que en ocasiones ya no puedes, que has llegado a un límite. No entendía cómo ella no se sentía de esa forma, decir: ya no puedo más, he llegado hasta aquí. En cambio, sigue consumiendo ese veneno que la está matando lentamente. ¿Por qué no se da cuenta?, ¿o es qué eso es lo que quiere?

He perdido esa comunicación con ella, esa que tenía con mi madre cuando era una niña de tan solo diez años. Ahora no sé lo que ella quiere, que sueña, que desea. Antes me decía que anhelaba que tuviéramos una vida tranquila y apartada, de todo el peligro que mi padre nos incluyó. No teníamos la libertad de salir como muchas otras personas que disfrutaban de un domingo soleado en compañía de su familia en algún parque, o salir a comer algún sitio de esos dónde acostumbraban a ir los jóvenes con sus amigos.

Jamás tuve una vida común como los demás. La Bratva siempre ha sido una sombra en nuestra vida, y hoy se había convertido en lo que huía. No sé realmente que querían con mi madre, ella me había dicho que dinero, pero tenía mis sospechas. ¿Para qué la Bratva la amaneraría y la perseguiría por cien mil dólares?

No digo que no sea mucho dinero, para mí lo son, nunca he llegado a tener esa cantidad, pero para ellos una suma de dinero como esa, no es nada.

Mi madre aún no quería decir ninguna otra palabra, solamente me pidió los cien mil, cosa que me negué porque no los tenía, pero se miraba tan nerviosa, no sé si por la falta de su droga o por la amenaza que dijo que había recibido.

—Mamá —la llamé en el momento que el tren se detuvo.

Estaba dormida a mi lado, recargada en mi hombro. No entendí cómo es que consiguió quedarse dormida. En cambio, yo no podía, aparte de que me quedé pendiente. No quería acabar con los bolsillos vaciados o que alguien se sobrepasará con alguna de las dos, mientras durmiéramos, una tenía que vigilar, y esa tenía que ser yo.

—Aún tengo sueño, déjame dormir, Nat —protestó y se acurrucó más a mi lado.

—Madre, no hay tiempo para hacer eso. Hay que bajar antes de qué…

Fui interrumpida antes de avisarle que nos podrían echar.

—¡Пора выбираться отсюда! (¡Es hora de salir de aquí!) —grito el mismo tipo que nos permitió abordar al vagón, está vez nos estaba echando —¡Снаружи! (Afuera) —ladro molesto cuando miró qué varios de nosotros no nos movimos para bajar.

Me las arreglé como pude para levantarnos juntas y salir del vagón. Tome nuestras cosas, una bolsa en cada hombro y con ella colgada en mi brazo, sus pies apenas se movían. El camino hasta la orilla será cansado.

Pensé en preguntarle al tipo del vagón, alguno de otro de ellos en cómo llegar hasta la orilla de Alaska o si ya estábamos allí, sin embargo, me dio desconfianza hacerlo. Esos hombres tenían mal aspecto, y no me refiero solamente a su físico de tipos rudos, tatuados, altos y con cara de asesinos, sino por sus miradas de pervertidos cuando se quedaban observando a una mujer, más a las jóvenes.

No quería darles más razones y recordarles que estábamos solas, mi madre y yo. Así que saque el mapa de mi mochila que había traído conmigo. El detalle era que no sabía con exactitud en que parte estábamos paradas. Cuando bajamos del vagón el hombre grito que ya estábamos fuera de Rusia, pero eso no aseguraba nada de si seguíamos en tierras europeas.

Una vez que logremos llegar a la frontera, tendremos la ventaja, puesto que allí conseguiremos nuestro siguiente transporte que nos llevará hasta el destino que planee.

Nos llevó días en llegar, pero finalmente estábamos en New York, la ciudad en la que viviremos por un tiempo, mientras no nos encuentre la Bratva.

Sabía que había gente de la Bratva por estos sitios, pero era muy escaso, muy pocos de sus hombres eran vistos aquí. Tenía entendido que está era la ciudad más complicada para ellos asaltar, pues en algún momento la mafia italiana fue la encargada de gobernador este territorio. Sin embargo, por algún problema que hubo entre mafias, el líder perdió todo este terreno hace menos de un año y New York quedo en zona de riesgo, pues nadie más estaba gobernándolo hasta que llegó la mafia Alemana y se apoderó de todo.

No conozco a los líderes, solamente por nombres. Gracias a mi tío me informé de varias cosas que estaban pasando en las organizaciones y también de quienes eran los hombres más poderosos del mundo en crimen organizado.

El Diablo, y Lionel. Tenía entendido que muchos les tenían a ellos, pero no estaba segura de que fueran tanto como el líder, la Bratva.

—¿Y ahora qué sigue? —exclamo mi madre después de bajarnos del taxi que nos trajo a una de esas avenidas principales en una zona nocturna donde la gente no dormía, al parecer —¿Qué?, ¿te volverás una prostituta fina ahora?

Miramos el edificio llamativo con letras verdes en neón con un letrero enorme que llama la atención, no solo por su tono, sino por el nombre “Dark Side Of Esmeralda.”

¿Quién es Esmeralda? ¿Se refieran a una persona o solamente es un renombre sin especificación alguna?

—No estamos aquí para solicitar trabajo —respondí, después de hacer a un lado mis dudas curiosas.

—Supuse que al final te acobardarías —murmura, buscando algo en su bolsa —Oye niña, ¿tiraste mi cigarrillo? —me acusó sin dejar de ver en el interior de su morral.

—No tire nada —dije, pero no agregué que estuve a punto de hacerlo.

—Es una m****a si también te da la gana quitarme mis cigarrillos, son los únicos que me sirven en este momento —su gesto fruncido se borra cuando encuentra la caja de cigarros en su bolso. Luego de sacar uno y encenderlo, se echó su cabello oscuro hacia atrás mientras le daba una calada al puro —¿Entonces, qué haremos aquí si no es desnudarnos?

Suspiré. Siempre que está en este estado se pone insoportable.

—Buscaré a Jenny —le informo.

—¿Jenny? —pregunto, no creo que la recuerde, muy apenas me recuerda a mí y en algunas ocasiones —No me digas que le pedirás plata prestada, mejor pídele trabajo. Con lo que te paguen podremos sobrevivir o quizás hasta darnos ciertos lujos. Mira la fachada de ese sitio —señaló el edificio oscuro —no se ve que sea una porquería, comparándolo con el de Moscú al que solía ir yo, a este le sale lo fino y hasta más.

—No trabajé allí, ya te dije —comencé a moverme hacia la entrada del club.

—Los que vienen aquí deben estar forrados de billetes, de esos verdes, cariño. Yo que tú lo pensaría. —Insistió mientras me siguió adentro.

La música en su interior no era muy ruidosa, más bien era muy relajante, como una melodía de cuna pero seductora. Y al parecer si funcionaba. Había varios hombres colocados en asientos individuales de cuero viendo hacía enfrente donde estaba un escenario, un poco algo raro. Pues este tenía otra plataforma que se unía al escenario, pero eso no era lo más extraño, sino los tubos metálicos que estaban clavados en el suelo de esa cosa, dónde chicas se colgaban y bailaban frotando sus cuerpos contra ese metal.

No es un prostíbulo o, ¿sí? Bueno, no todos los clubes donde bailan mujeres en poca ropa o desnudas, quiera decir que también acaben vendiendo su cuerpo por sexo. Jenny nunca me dijo que hiciera eso, bueno, tampoco me dijo que era un sitio donde bailaban mujeres para la vista de hombres como estos.

Me detuve para examinar el lugar en busca de Jenny, mi amiga. En el instante que visualice una cabellera abundante y teñida en rojo, me enfoque en ella. 

Debe ser ella.

Me acerqué al bar donde ella se encontraba inclinada hacia delante con ambos brazos apoyados sobre la firmeza del mostrador negro mientras conversaba con un tipo estaba de otro lado del mostrador.

—No te preocupes, Jim, solo será una y nada más —alcance a escuchar que le decía al hombre que vestía con un aspecto de mesero, pero no muy exagerado a lo formal —Dame —le arrebato un vaso de cristal de la mano antes de que él se lo extendiera.

—¿Jenny? —cuestione confundida, el comportamiento de la chica se me hacía inusual para que fuera ella.

La chica dejó de moverse, después se enderezó lentamente y de ese modo se giró para comprobar quién le había llamado.

Su gesto de confusión cambio a uno asombrado cuando me miró.

—¡Natasha! —exclamó, con los ojos muy abiertos y a casi de tirar la bebida que acababa de conseguir sin mucho esfuerzo.

Finalmente, he encontrado a una de las personas que planee que buscaría una vez que estuviera en esta ciudad.

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