Treinta y dos

Dean se detuvo frente a la mansión Westbroke con Clara sentada en silencio en el asiento del copiloto. Apenas había dicho una palabra durante los veinte minutos de trayecto, lo cual era inusual en su hermana, que normalmente era muy habladora.

—Recuerda lo que hablamos —dijo Dean mientras subían los escalones de mármol—. Déjame hablar a mí. No des ninguna información que Víctor no te pida.

—Sé cómo manejar a Víctor.

—¿Sí? ¿Como manejaste la entrevista de esta mañana?

Clara le lanzó una mirada de reproche, pero no respondió. Dean tocó el timbre y esperaron.

Victor abrió la puerta con aspecto de no haber dormido en días. Tenía el cabello revuelto, la ropa arrugada y ojeras.

—Dean. Clara —su voz era fría como el hielo—. Pasen.

Lo siguieron hasta la sala, donde aún había cristales rotos esparcidos por el piso desde la rabieta de Víctor la noche anterior.

«Bonito lugar», dijo Dean, mirando a su alrededor la destrucción. «¿Estás redecorando?».

«Cállate y siéntate».

Dean y Clara se sentaron
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