Los suaves golpes en la puerta del dormitorio sacaron a Scarlett del sueño más profundo que había tenido en meses y, por un momento, olvidó dónde estaba.
—¿Señorita Anderson? El señor Blackwood me ha pedido que la despierte. Está aquí para verla.
Scarlett se incorporó y se pasó los dedos por el cabello enmarañado.
—¿Qué hora es?
—Las siete y media, señorita. La está esperando en la sala de desayunos con unas flores preciosas.
Scarlett se puso la bata de seda que Mason le había proporcionado y bajó las escaleras. Mason estaba de pie junto a las ventanas que daban al jardín, sosteniendo un ramo de rosas blancas que debía de tener al menos cincuenta flores.
—Buenos días, preciosa. Feliz cumpleaños.
Scarlett se detuvo en seco. —¿Mi cumpleaños? Lo había olvidado por completo.
—Hoy cumples veintiséis. Pensé que, con todo lo que ha pasado, quizá necesitarías que te recordaran que algunos días merecen celebrarse.
Le entregó las rosas y ella hundió el rostro entre sus pétalos. Olían a esperanz