Capítulo 75

El día amaneció pesado, como si el cielo hubiera decidido posponer su claridad para darles a los presentes la oportunidad de respirar una última vez antes de lanzarse al abismo. En el apartamento reinaba un silencio tenso, no el silencio cómodo de los momentos compartidos, sino el silencio que se instala cuando las palabras que faltan pesan más que las que se dicen.

Alejandro se había levantado temprano, sin buscar el abrazo de nadie. Caminó por la casa con las manos vacías, con el ceño fruncido como si quisiera arrancar de su frente la idea que lo acosaba. La llave diecinueve, la medalla, el cuaderno de Lucía: todo se amontonaba en su cabeza convertidos en una maquinaria de urgencias. Había una pista, y la pista era el olor de la posibilidad; el que oliera a naranja desde la medalla le había dado esperanzas locas. Pero las pistas no se encuentran solas; alguien las sostiene, alguien puede venderlas.

Esa mañana, el teléfono de Alejandro sonó con un número que no reconocía. Lo miró con
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