El amanecer no trajo calma. Fue más bien un telón de pólvora y estrategia. Desde las primeras horas, el capitán Rodrigo había reunido a sus hombres de confianza en una bodega abandonada a las afueras de la ciudad. Las luces fluorescentes parpadeaban, revelando un mapa extendido sobre una mesa metálica. Alrededor, había rostros tensos, ojos que sabían que de lo que sucediera en las próximas horas dependería no solo la vida de Emma, Alejandro y Nora, sino la credibilidad misma de todo un sistema judicial y político.
Lucía se mantenía firme, aunque el cansancio se marcaba en su rostro. Desde que había aparecido viva, se había convertido en una figura central, casi mítica: la hermana que había regresado de entre las sombras con pruebas demoledoras contra Arturo Salvatierra. A su lado, el político opositor —un hombre de verbo afilado y sonrisa estudiada— revisaba las carpetas que contenían documentos, registros bancarios, transferencias, fotografías y testimonios. Cada hoja era dinamita pu