La noche había caído pesada sobre el castillo, con un silencio extraño que parecía presagiar tormenta. Emma estaba recostada en la habitación junto a Alejandro, quien aún se recuperaba del roce de la bala en su brazo. Aunque los médicos de confianza que Lucía había conseguido aseguraban que no había riesgo, Emma no dejaba de vigilarlo, como si el amor se le hubiera vuelto también una guardia perpetua.
En otra ala de la mansión, Daniel dormía plácidamente en su habitación. El niño, que había empezado a recuperar sonrisas tras tanto dolor, respiraba con calma. La luz de la luna bañaba la cama, y un peluche descansaba entre sus brazos. Todo parecía tranquilo… hasta que una sombra se deslizó por la ventana.
Julián.
Había tardado semanas en estudiar el terreno, en buscar puntos ciegos en la vigilancia. El muro trasero, donde las ramas de un viejo roble alcanzaban la muralla, le había abierto un acceso discreto. Había sobornado a un guardia menor de los alrededores, y el silencio comprado f