Nunca olvidaré ese día. Lo recuerdo como si estuviera grabado en cada fibra de mi ser, porque fue un momento en que todo cambió. Emily y yo llevábamos mucho tiempo esperándolo, sufriendo, luchando contra fuerzas que muchos no comprenden. Pero en ese instante, cuando la vida llegó a nosotros en forma de un pequeño ser, todo se volvió real y definitivo.
Estaba sentado junto a ella, sosteniendo su mano con tanta fuerza como delicadeza. Su respiración era agitada, pero había en sus ojos una determinación férrea. No era solo el cansancio de la batalla física, sino el peso de lo que estábamos a punto de enfrentar. Azael, nuestro hijo, estaba a punto de nacer. No era un bebé común. Ni siquiera un híbrido cualquiera. Era un trihíbrido: la mezcla perfecta y peligrosa entre lobo, brujo y algo más, algo que llevaba dentro el poder de Alaric.
Emily, con voz baja pero clara, rompió el silencio.
—Arthur —me dijo—, nuestro hijo no será como Alaric.
Sentí que esas palabras tenían un doble filo. Era u