Después de todo lo que habíamos sufrido, de las batallas libradas y los miedos que nos habían rozado la piel como sombras que no se querían ir, allí estábamos: Arthur y yo, al fin juntos, despojados no solo de ropa sino de las barreras que el dolor y la incertidumbre habían levantado entre nosotros.
Sus brazos me sostenían con una firmeza que hablaba de protección, de que estaba dispuesto a enfrentar cualquier tormenta por mantenerme a salvo. Sentí su calor derritiendo las capas de distancia que nos habían separado, y no pude evitar cerrar los ojos, entregándome a ese momento que parecía suspendido fuera del tiempo.
Mis manos se deslizaron por su espalda, recorriendo cada músculo tenso, cada cicatriz que sabía que llevaba no solo en su cuerpo sino en el alma. Arthur respiraba profundo, su pecho subía y bajaba con fuerza, como si cada aliento fuera una afirmación de que estaba vivo, conmigo, y para mí.
—Emily —susurró en un tono apenas audible, con su voz vibrando con una mezcla de amo