Kaleb sabía que Matt estaba molesto con él, pero había sido incontrolable y le importaba poco. Había escuchado al bastardo pretendiendo acabar con la vida de su mujer y eso no lo podía permitir. Casie era suya. Suya para cuidar, para querer, para proteger.
Lo había entendido al perderla y pasar los días más amargos de su vida. Agradecía al cielo que habían podido rescatarla en el momento justo.
—Ven, gatita—le dijo con suavidad—. Ven conmigo. Te llevaremos al hospital. Le haré saber a tu hermana que estás a salvo, va a estar muy feliz. Estaba muy preocupada.
—Creí que iba a morir—rompió en llanto.
—No fue así. No puedo imaginar el miedo que sentiste, gatita. Yo experimenté mucho al entender lo idiota que había sido y pensar que tal vez no te tendría otra vez entre mis brazos.
—Nunca me prometiste nada, sé que lo nuestro era pasajero. Por eso te agradezco el que me hayas salvado, que hayas venido por mí.
Lo miraba con tanta luz que Kaleb se arriesgó a besarla y abrazarla, pretendiendo