No estaba en contra de eso ni juzgaba a nadie por sus elecciones. De hecho, le gustaría poder experimentar esa liberación. Como no era posible, disfrutaba del sexo con un hombre espectacular, al que admiraba y veía como alguien especial, un premio que usufructuaría hasta tanto él lo quisiera.
Probablemente una mujer más osada y segura de sí misma apostaría a diseñar estrategias para atarlo o hacerlo caer en sus redes, pero ella no era así. No podía jugar a la seducción, él la leía muy bien o, más factiblemente, ella era demasiado transparente. La única deshonestidad que pretendía cometer era la omisión. No le haría saber lo que sentía de verdad, no haría nada que trasluciera lo que creía una información pertinente solo para ella porque, en definitiva, la afectaba en exclusiva.
Entregarse cuando uno sabe que del otro lado no va a haber igual respuesta debía ser de los riesgos más grandes, pero no se castigaba. ¿Cuánta gente en el mundo amaba sin devolución y sobrevivía? En la intensida