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CAPITULO 13 ¡Cuatro veces!

Trabajar todo el día y desde muy temprano con un intenso dolor de cabeza que se sentía como agujetas pulsando en sus sienes, fue el castigo por haber sobrepasado sus límites con la bebida. Siempre había sido de mal beber, por lo que lo evitaba, hasta la noche anterior.

La tranquilidad de su espacio más las ideas que se habían agolpado en su cerebro habían hecho necesaria la relajación y, sin pretenderlo, había terminado consumiendo una botella del exquisito vino que le había sido regalado como parte de una muestra de productos. Amanecer con sus piernas tembleques, la garganta seca y áspera como papel de lija y un dolor en su estómago de órdago le hicieron saber que no había sido tan buena idea.

Recordaba a medias sus idas y venidas mentales de la noche, aunque se propuso no pensar hasta haber bebido por lo menos tres cafés esa mañana. Esa ración era la que seguramente necesitaría para poder funcionar. Contuvo su impiadosa conciencia, que la fustigaba enviando regaños por su irresponsabilidad y displicencia, acudiendo la lectura de las frases que habían convertido en sus leitmotiv y estaban plasmadas en las paredes.

Unas que había leído con obstinación y persistencia durante el último año hasta convertirlas en las que la invitaban a salir de su zona de confort y vivir sin tanto temor. Que la impulsaban a arriesgar, a avanzar, a tomar caminos que de habitual no elegiría, a mimarse. A no culparse por lo que no podía manejar y a abrazar el cambio.

Convencerse le llevó un rato de frenética sesión mental, pero trajo consigo el alivio de su jaqueca. Por fortuna, su disciplina en la cocina le permitió canalizar su energía en trabajar y fue sobre el mediodía cuando se permitió un impasse.

Mientras degustaba una ensalada en el pequeño local de alimentos naturales miró sus redes, controló su cuenta bancaria para hacer los ajustes necesarios para que los pagos a los proveedores y los servicios esenciales se mantuvieran. Mantener un local era caro y requería de un conjunto de acciones que costaban mucho dinero.

Toparse con un correo de Kaleb Monahan la inmovilizó y la sonrojó, a la vez que pensó con aturdimiento que había olvidado escribirle. Leyó con ansiedad y entones el rojo de su rostro se convirtió en bordó, y se atragantó.

Él mencionaba que había tenido dificultades para ver qué mensaje era en verdad el que debía responder. Chequeó la bandeja de correos enviados y cuando vio los cuatro correos, se puso frenética ¿Qué le había escrito, por Dios?

Abrió cada uno, con los nervios de punta, y se alegró de que no hubiera otra muestra en él que de su torpeza y las pruebas que al parecer había hecho. Por un momento temió haber escrito algo absolutamente inconveniente. El vino le había sentado fatal. ¿Cómo pudo olvidar que le escribió?

¡Cuatro veces! Como una tonta había probado varios mensajes y en lugar de eliminarlos o dejarlos como borrador, los había enviado cada vez. Había algunas expresiones fuera de tono, demasiado amigables o poco formales considerando que se habían visto una sola vez.

<<Calma, tranquila, ya está hecho. Él respondió y, salvo ese detalle, está todo bien>>, se alentó. Tomó un sorbo de agua y trató de recomponerse. Era increíble cómo leer su nombre y pensar en él la ponía nerviosa y con una ansiedad considerable. Volvió al mensaje y continuó la lectura.

Encontrarse con su tono amable y la aceptación de trabajar con ella la calmó, aunque el último párrafo la volvió a precipitar en la ansiedad. La invitaba a un almuerzo de trabajo para discutir y ponerse de acuerdo en la estrategia a seguir.

<<OK, Casie, no hay nada extraño en eso. La gente de negocios se reúne todo el tiempo>>. Ella era una emprendedora pequeña, sin embargo, y la ponía de los nervios encontrarse con Kaleb Monahan fuera de su ambiente.

Sabía que iba a estar pensando en esa reunión los próximos días y su cabeza tejería ideas y fantasías con él.

Iba a tener que hacer un esfuerzo considerable para restringirlas y evitar convertirse en un mar de gelatina que no pudiera siquiera hablar con él el próximo sábado. Se masajeó la frente y suspiró. Si había tenido dudas de contactarlo cuando sobria, su yo ebrio lo había resuelto por ella.

¿Qué habría pensado ese millonario baja bragas de ella?

Probablemente que era una tonta pueblerina con poco mundo y nada de conocimiento. Un hombre así podría reírse sin parar de la falta de glamur y hasta podría cuestionarse el ayudarla.

Sin embargo, se mostró cordial y mantenía su oferta. Tal vez era la amigable ayuda de Sharon la que había influido en su ánimo. Sí era así, la enfermera tendría provista una buena ración de dulces la próxima vez que se vieran.

Tragó grueso y pensó que no solo debería llenarse de paciencia para esperar el sábado, sino que tendría que vestir de una manera más mundana y menos informal si quería dar una imagen profesional y hacer ver que era la cabeza de un negocio que merecía la pena ser promovido y crecer. Y también por algo de orgullo personal. Sería bonito que él la mirara con aprecio y sin considerar que era una tonta pastelera sin recursos y poco mundo.

Prepararse para el encuentro fue más dificultoso y arduo de lo esperado. Hacía tanto tiempo que no salía de su rutina, que básicamente era estar en pijamas y bata en su casa o en el cómodo uniforme de trabajo, que encontrar la indumentaria acertada dentro de su reducido guardarropa constituyó un desafío.

Kaleb la llamó para hacerle saber que pasaría por ella, algo a lo que accedió. Al momento de intentar darle los detalles él le hizo saber que tenía toda la información necesaria. Era muy mandón, mucho, pero no de una manera desagradable, consideró.

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