¿Como sabía dónde vivía y su teléfono? Sharon era su único nexo hasta ese momento y aquella no tenía esos datos. Se sintió una tonta posteriormente por no haberse quitado la duda, pero había algo que imponía en él y ella se dejó mandonear.
Esto debería cambiar, aunque no se castigó demasiado, pues su fácil sí a todo seguro provenía del sentirse agradecida y en desventaja. Ella no podía pagar los honorarios de un profesional en la posición e importancia de un Monahan, era obvio, pero estaba decidida a proponer algún acuerdo que le permitiera no sentirse tan pequeña. De seguro habría algún servicio o algún evento de su empresa o personal que ella podría proveer.
Enfundada en un vestido sobrio en clásico negro que se ajustaba a su figura de manera adecuada y sin ceñir en exceso, conjunto complementado con unos tacones bajos, se sintió correcta. No era una mujer espectacular, no trasmitía sensualidad o siquiera elegancia, no seguía tendencias. Probablemente sus tacones serían la peor pesadilla de Sharon, sonrió al recordar los bellos zapatos qué aquella solía usar.
No obstante, adecuado era más que suficiente para ella que siempre se había sentido lo opuesto. ¿En cuántas ocasiones Richard, su ex, le había dicho con desprecio lo inadecuada que era? ¿Lo poco que valía o cuán desagradable era al lado de una compañera de trabajo? Se acercó al espejo y miró su rostro evaluándose otra vez, forzándose a no dejar que aquel dolor se instalase de nuevo en ella. Aquel hombre y sus palabras ya no la podían lastimar.
<<Estás bien, estarás bien. Adecuada, prolija, no una chica de mundo, pero bien>>, se repitió.
El timbre de un mensaje le hizo saber que Kaleb estaba esperando por ella y su nerviosismo aumentó exponencialmente. Se observó otra vez en el espejo y lamentó la decisión de no aplicarse más maquillaje o peinarse de manera más sofisticada.
<<Ese millonario va a alucinar cuando vea mis fachas. ¿En qué estaba pensando? No voy a estar bien>>. El lugar al que había sido invitada era uno de los sitios más elegantes de Los Ángeles.
Había mirado el sitio web y quedó encantada con la magnífica disposición minimalista del lugar, en el que cada detalle estético era único, pero a la vez surgía de la conjunción del mobiliario, los colores y el festín para los ojos que eran sus platos elaborados artesanalmente.
Era un lugar donde se daban cita los más adinerados y por lo tanto entorno lógico para Kaleb Monahan. Y ella había decidido ir natural.
<<¡Respira hondo y sal!>>, se instó.
Esperaba tener la suficiente templanza como para no cometer una torpeza que la pusiera en el foco de todas esas miradas. Ella podía utilizar instrumentos cortantes con la destreza más absoluta o decorar minúsculas tartaletas y lograr detalles finos, pero cuando se sentía fuera de su elemento, sus manos o piernas se volvían peligrosos.
No fallaba. Copas rotas, líquido derramado, empujones, tropezones, risas destempladas. ¿Cuánto podría costar la reparación o sustitución de un jarrón de esos que adornaban el local? Tragó saliva. El sonido del golpe en la puerta la quitó de la inercia que pensar en todos los "Y si hago esto" le había provocado, y se precipitó a abrir.
Encontrar a Kaleb en el vano de su puerta, magnífico y apuesto, con una ceja enarcada y una mirada que desnudaba, disparó su ansiedad.
-Ho... Hola... Ya estaba.... Ya iba... Me... me entretuve y...
La imposibilidad de generar una frase completa y el tartamudeo de palabras la avergonzó y mordió su labio, obligándose a callar.
-Tranquila, tengo ese efecto- le dijo, guiñando un ojo-. Respira y dime de nuevo.
El tono profundo se impuso y pareció bajar su inquietud, por lo que parpadeó, sin entender cómo era posible que él lograra poner fin a su ansiedad con dos comandos.
-Ya estaba bajando. Me distraje pensando que tal vez esto-señaló su ropa-, no es lo más adecuado para ese lugar al que me llevas. No quisiera qué...
-No es necesario que pienses demasiado.
Ella lo miró desconcertada y él sonrió de una forma que su rostro pareció perder tensión y le quitó severidad, llevando brillo a sus ojos. Casie hizo un esfuerzo atroz para quitar su mirada de esos labios y de esos ojos que la atraían irremediablemente.
-Tu naturalidad y tu belleza son los dos mejores atributos y destacan con cualquier atuendo. Serían evidentes así vistieras una bolsa-dijo, con sencillez.
Ella lo miró, buscando encontrar en él una mueca de diversión. Nada.
¿Sería que de verdad creía eso?
-Muy galante-asintió-. Eres un auténtico caballero.
-No es una característica que suelen adjudicarme quienes me conocen mejor. Me gusta ser sincero. ¿Vamos?