Géminis:

Blanche:

Recogiendo mi bolso y saliendo de la sala de reuniones, mi secretaria me informa que no tengo nada más en mi agenda del día.

Me marcho de Almaz, tomando mi auto.

Es un Audi negro que cumple con mis necesidades, nada que ver con la monstruosidad rosads aquella que el me regaló y que voló en pedazos.

Me voy al hotel, dándome un baño de espumas en un intento por calmar mis nervios.

No puedo ir allá.

No puedo ir allá.

Alexis ha de estar vigilándome, si voy allá los descubrirá.

Me paseo dentro de mi habitación, retorciendo mis manos nerviosamente.

Tres horas después ya estoy histérica.

Me visto y bajo al lounge, hay pocas personas alrededor, solo un pequeño grupo conversa y unas pocas parejas bailan bajo la media luz.

—Una piña colada con ron, por favor.- pido, y el bartender me sirve.

Bebo un sorbo, y un sudor frío me recorre.

Se ha sentado a mi lado, a la barra y me contempla con expresión inquisitiva.

—¿Ya estás lista para suplicar de rodillas, italiana? Aún estás a tiempo de confesar tus pecados.

Arrugo el entrecejo. Por un momento me pareció…

No, son los nervios.

Estoy al borde de un ataque de pánico y él  no ayuda, con sus amenazas.

—No sé a qué te refieres, yo no te robé nada.- mascullo, jugando con la pajilla.

—Hmm, después no digas que no te di oportunidad.

Lo miro de soslayo, y vuelvo a beber de mi copa.

—Y…¿a ti que te pasó?- interrogo.

Hace una mueca, empinándose el vodka que acaba de pedir.

—¿Realmente haremos esto? ¿Ah? ¿Nos comportaremos como un par de viejos conocidos que coinciden por casualidad y se ponen al día?

Me muerdo la lengua.

—Bueno, podrías acabar de darme el tiro que tanto vienes deseando pero, quieres torturarme antes…así que, sí. Dime, ¿qué te pasó? Desapareciste.

—No es de tu incumbencia.

Ruedo los ojos.

Se levanta de mi lado y se acerca a mí, dejando sus labios a escasos milímetros de los míos.

—La próxima vez que nos encontremos, más te vale rogar o realmente será tu final, “Blanche'’- dice mi nombre en tono de burla.

Se aparta, alejándose.

—Como bien dijiste, no soy un hombre paciente.

***

Paso la noche dando vueltas en la cama.

No logro conciliar el sueño.

¿Y si lo sabe?

¿Y si los descubrió del mismo modo que me descubrió a mí?

¿Y si les hace daño?

Me siento en la cama, son las cinco de la mañana y no he pegado ojo.

La preocupación y el miedo me tienen tensa y temblorosa, me arde el estómago y me duele el corazón.

No puedo estar en paz, no podré respirar aliviada hasta que no los vea.

Hasta que no los estreche contra mi corazón y me cerciore de que están bien.

De que están a salvo.

 Empaco una maleta con lo esencial y me voy en mi coche, rumbo a Palermo. Mi ciudad, la ciudad que más amo y odio a partes iguales.

—Buenas tardes, Señora Morrison.- me saluda la directora del internado.

—Buenas tardes, Giulia. Lamento haber venido sin previo aviso pero me surgió una emergencia y es imperativo que me lleve a los gemelos.

Giulia asiente, componiéndose los lentes sobre el puente de su nariz, con nerviosismo.

—¿Está todo bien?- interrogo, sintiendo que las garras del terrible miedo que siento me atenazan.

—Sí, es solo que…de hecho iba a llamarla. Los compañeros de Valiant se quejan con frecuencia de que él es agresivo, los insulta o los golpes sin motivo aparente.

Arrugo el entrecejo. Eso no puede ser cierto, el pequeño es un ángel.

—Y los de Valery, han confesado tenerle cierto temor. Se la pasa escondiendo arañas, sapos o cualquier bicho rastrero dentro de las mochilas de otras niñas.

Eso sí lo creo. La niña sí me preocupa, tiene un alma un poco más  oscura que su hermano …pero esto son tonterías. Yo a esa edad le pegaba goma de mascar en el cabello a las chicas que no me agradaban.

—Lo tendré en cuenta. Aprovecharé los días que estarán conmigo para darles una reprimenda.¿Puedo pasar a verlos?

La directora echó una ojeada a su reloj de pulsera y y asintió.

—A esta hora ya estarán en sus habitaciones.

Asiento, levantándome.

—La profesora Moretti le acompañará.

   Salimos del despacho de la directora y caminamos en silencio por el corredor. Inhalo por la boca, intentando calmar mis pulsaciones, a este ritmo sufriré un infarto antes de salir de aquí.

La profesora Moretti me deja al final del pasillo, y yo prácticamente corrí hacia la puerta de las habitaciones contiguas que pago mensualmente.

—Pecchi, ¿dove stanno? ¡Zia, sta qui! (Peques, ¿dónde están? ¡Tía, está aquí!)- anuncio, esperando que vengan corriendo a rodearme con sus manitas y a besarme y a abrazarme y a contarme todas las travesuras que han hecho en el último mes…pero las camas están tendidas, las habitaciones silenciosas, los juguetes ausentes…

Y un terrible y siniestro mafioso ruso, se encuentra sentado a mi espera. Vistiendo completamente de negro, portando un arma cuya empuñadura plateada reconozco y se me hiela el alma.

Alexis Ivanov me contempla con una expresión jactanciosa que causa que la bilis suba a mi garganta.

—¿Dónde están? ¡¿Qué hiciste con ellos, maldito?!

Alexis:

Sin lugar a dudas esta frente a mí es Morte.

Me ha visto y a tomado una postura defensiva al instante, elevando sus puños y cuadrando sus hombros.

Una estupidez, en mi opinión.

No hay mucho que puedan hacer sus puños contra mis balas.

—¡Habla desgraciado!- ruge.- ¡¿qué le has hecho a mis pequeños?!

Acaricio la empuñadura de mi revólver con lentitud, apartando mi mirada de su enrojecido rostro y centrándola en mi rodilla.

Ella cae al suelo, hecha un manojo de lágrimas y nervios, temblando descontroladamente y mirando a todos lados como desquiciada, buscando lo que no podrá encontrar porque no están aquí.

—¿Dónde están, Alexis?- solloza, desesperada.- júrame que no les hiciste daño, júrame que están bien…por favor, por favor.

Elevó una ceja, contemplándola en silencio.

Esta, ahora, es Sofía.

—Llévame con ellos, te lo suplico, te lo imploro.- se arrastra sobre sus manos y pies por el suelo, llegando hasta mí y apoderándose de la tela de mi pantalón.- te lo ruego Alexis, dime dónde están. Haré lo que sea, lo juro, lo que sea, pero promete que están sanos y salvos.

Me inclino hacia delante, lentamente, de manera que nuestros rostros casi de tocan, y mirando con desdén el falso verdor en sus ojos.

—Bien, ya has suplicado de rodillas, baranina. Ahora, confiesa lo que me robaste.

—¡No te he robado nada, maldición! ¿ Cuántas veces te lo voy a decir?- ruge, chocando la palma de su mano violentamente contra el suelo.

Comprimo mis labios con desinterés, sacudo una pelusa imaginaria de sobre mí traje y me pongo en pie. Ella retrocede y me voy hacia la puerta.

—Entonces no tenemos nada más que hablar.- mascullo, y me alejo saliendo al pasillo.

Blanche:

¡No!

No puedo permitir que se vaya.

¡Si lo hace perderé a los mellizoss para siempre!

Corro detrás de su figura, que se aleja cojeando por el silencioso internado.

¡Maldita directora y m*****a profesora Moretti! ¡Me las pagarán!

Comienza a descender los escalones con marcada dificultad, y lo sigo.

Alexis:

—No hagas esto, por favor. Son solo unos niños pequeños , no implican ninguna amenaza para ti. Tu problema es conmigo, déjalos ir, y haz conmigo lo que quieras. Te lo suplico, dime dónde están, por favor, por al amor de Dios. No les hagas daño. Son unas criaturas inocentes.- dispara entrecortadamente, y sus súplicas lejos de conmoverme me enojan aún más.

Se agarra de la tela de mi chaqueta, mirándome con expresión anhelante.

—Al menos dime que están bien, al menos dime que están…- se atraganta con las lágrimas.-…con vida.

La aparto, moviéndome hacia la limosina que se parques frente a mí.

Igor rodea el vehículo, abriéndome la puerta y me acomodo, dejando la puerta.

—El par de mocosos partió hacia Rusia ayer, mientras nosotros  manteníamos esa conversación tan amena en el edificio de Almaz. Ahora...escoge:

—Puedes quedarte...o subir a la limosina para recuperarlos. 

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