Me paralicé, mi cabeza ya no ideó respuestas estúpidas, ni coherentes, nada, hasta mi respiración pareció desaparecer ante la inexpresiva y penetrante mirada de sus ojos azules. Pasaron segundos, minutos, y ninguno habló. Ella esperaba una respuesta, y tenía que dársela, y aunque tuviera miedo tenía que hacerlo, escupirle en la cara que no podría conmigo, que no me intimidaba y que estaba dispuesto, como ella, a pasar por encima del que fuera.
—Depende — dije de una manera tan calmada, pacífica y fuerte que me sorprendí a mí mismo.
—¿De qué?
—De lo que voy a ganar a cambio —Sonrió con suficiencia.
—¿A cambio de qué? — ella estaba jugando conmigo y ya comenzaba a exasperarme.
—A cambio de lo que me va a obligar a hacer —le dije ya con impaciencia y ella se recostó en el enorme sillón, tenía en la cara una expresión de fingida pena.
—¿Obligar? — suspiró —sé que lo harás sin necesidad de eso — el ambiente se había tornado más cálido a causa de mi rabia, pero el aire acondicionado y el he