La cena estaba servida, pero el silencio era el verdadero invitado en la mesa, instalándose con sutileza entre el aroma envolvente del guiso casero y el tenue perfume a café recién colado que aún flotaba en el ambiente.
La luz cálida de la lámpara sobre la mesa proyectaba sombras suaves sobre los platos, mientras el leve crujir de la madera del suelo bajo sus pies descalzos recordaba que la noche avanzaba.
El aire tenía ese toque denso y cálido típico de un hogar habitado, con el eco casi imperceptible del reloj de pared marcando segundos que parecían pesar más de la cuenta.
Valery y Jacob comían frente a frente en el pequeño comedor de su casa, el ambiente pesaba como si la habitación estuviera saturada de pensamientos no dichos, de emociones suspendidas en el aire.
Cada cuchara que tocaba el plato sonaba como un eco lejano de una conversación que ambos deseaban tener, pero ninguno se atrevía a comenzar.
Jacob dejó el tenedor sobre el plato y suspiró, rompiendo por fin la quietud.
—Úl