El accidente
Con el primer resplandor gris del amanecer, Valery se vistió apresuradamente, se calzó unas botas, tomó una linterna y salió a buscarlo.

El aire era frío, la humedad le calaba los huesos, pero eso no la detendría, siguió el instinto, lo único que nunca le fallaba, guiándose por la energía sutil que aún podía percibir de él, aunque tenue y confusa.

Casi una hora después, entre los árboles húmedos que rodeaban el lago, lo vio.

Jacob estaba encogido bajo un pino, dormido, con hojas secas sobre los hombros para protegerse del frío.

Tenía los labios partidos y la chaqueta empapada, la imagen le partió el alma y le hizo sentir una culpa punzante.

Valery se arrodilló a su lado, le acarició el rostro con manos temblorosas, su pulgar rozaba su mejilla como si pudiera borrar el dolor acumulado, las lágrimas, cálidas y lentas, comenzaron a brotar sin permiso.

Jacob abrió los ojos lentamente, y al verla, su rostro endurecido pareció querer mantenerse así, aferrado a la rabia como única protección
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